A veces no nos damos cuenta, pero en las cosas que parecen más sencillas y hasta insignificantes podría estar esa actitud nefasta y aniquiladora que nos mata a cuentagotas como sociedad.
Si usted es de las personas que se transforma al volante, que se brinca las señales de ALTO, que adelanta a todos para colarse de primero en el semáforo; que aunque venga el tren advirtiendo con su pito atraviesa el carro porque tiene prisa o cree que sí le va a dar tiempo para cruzar; que bota la basura donde le plazca porque simplemente le estorba o cree que el recolector de basura lo hará por usted; que encuentra algo que no es suyo y no lo devuelve, que no recicla, que gasta en exceso el agua simplemente porque no le importa, pero se queja de lo caro que está el servicio; si es de esas personas que sacan a pasear a su perro y le dejan la “gracia” al vecino por descuido o porque las zonas verdes “son libres”; si es de esos que sabotean al compañero de trabajo, “un serrucha pisos en potencia”, o de los que sabotean a la empresa o institución donde laboran para ganarse unos pesos de más, o peor aún, que muerden la mano de quien les da de comer, sin ser agradecido; o bien, si es de los que conocen los efectos nocivos del fumado en el organismo, pero fuman perjudicando a la familia que recibe el humo… ¡señores!, con esas actitudes no vamos a ningún lado; simplemente vamos en retroceso, vamos para atrás. En aras de mejorar, más bien saboteamos nuestra propia existencia y nuestra solidaridad humana, pero ante todo a nuestro país.
Esa actitud de “que otro lo haga porque a mí no me corresponde” y que ha permeado a más de uno, es lo que nos tiene así, marchitos como pueblo. Las buenas actuaciones se construyen desde adentro. Y si queremos realmente aportar nuestra cuota de responsabilidad , debemos cambiar, ¡pero ya!; modificar esas conductas y ayudar como un buen ciudadano que quiere lo mejor para su país, y ante todo para las personas con las cuales convive.
Ma. Martha Mesén Cepeda.