Sábado, 26 Abril 2014 01:46

A propósito del Día del Libro

El 23 de abril de 1616 fallecieron Cervantes y Shakespeare. Por este motivo, esta fecha tan simbólica para la literatura universal, fue la escogida por la Conferencia General de la UNESCO para rendir un homenaje mundial al libro y a sus autores por sus irreemplazables contribuciones al progreso social y cultural de los pueblos.

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Por eso, desde mi oficio de escritor, desde mi posición de lector, como docente universitario en el área de la comunicación y amante de la palabra, no puedo más que celebrar que en este día se haga un recordatorio de la importancia de los libros y de la lectura como mecanismo de conocimiento y, especialmente, para alentar a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de leer.
Y es que para mí, definitivamente, los libros son vida, una misión, una oportunidad de transcender, de sentirme útil, realizarme y perfeccionarme como humano. Los libros, los leídos, o los que he escrito, han sido un medio que me ha servido siempre de catarsis, de aprendizaje; me han garantizado un desplazamiento constante, la posibilidad de trasfiguración y el movimiento eterno de los sentidos, de las emociones, de la mente, del universo…
Los libros se han constituido en mi vida en un nutriente mecanismo de pensar y sentir la vida, donde tengo muy claro que implica disciplina y un ejercicio crítico. Han sido, sin lugar a dudas, una manera contundente de lograr una simbiosis con este mundo y sé que ellos me han utilizado como materia prima para escribir ideas y sentimientos en las páginas del tiempo personal, y de otros.
Los libros, como la vida, son definitivamente una aventura, una manera de vivir diferente, ¡me encanta asumirlos así!, me fascina todo lo que se queda de mí en el libro y todo lo que se recibe a cambio. Reflejan vida, en todas sus dimensiones…, realidades e irrealidades… Transmiten la magia del juego creativo de la inspiración y el conocimiento, pero más allá de la parte estética, también pueden reflejar una crítica, una denuncia y hasta una propuesta social.
Los libros pueden llevarnos del sentimiento a la reflexión y viceversa. Uno, como escritor, debe dejar que quien hable sea el escrito, uno es solo un vehículo, una conexión entre el mundo interno y el social. En mi caso siempre he procurado que mis libros, además de despertar emociones, logren generar una especie de pensamiento crítico sobre los temas que abordo, pues cada contenido debe emanar espejos, piezas de un rompecabezas, los cuales reflejan experiencias de vida propias de su fabricante, es decir, el escritor, y que pueden ser, a la vez, revelaciones del pensamiento y el alma de los demás.
Además estoy convencido de que uno es, en gran medida, lo que lee. Son los textos que uno degusta los que van formando una especie de identidad literaria en la piel y el alma del escritor, son una gran influencia que van cincelando las mágicas experiencias de la escritura. El proceso de escritura es un fluir vital, a veces no es tan perceptible esa evolución, muchas veces esos cambios son más fáciles que los detecten los lectores, pero, finalmente, como señalaba el poeta nicaragüense Rubén Darío: “El libro es fuerza, es valor, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”. Sea pues el Día del Libro una excusa para valorar, en todos los rincones del país, ese arte de los escritores nacionales e internacionales con la predisposición y el compromiso de abocarnos al disfrute de un libro dejándonos seducir por sus vivificantes letras.