Desde la elección de Rafael Otón Castro y su gestión extraordinaria como primer arzobispo en tiempos un poco revueltos, pasando por la excepcional labor de Víctor Sanabria en tiempos decisivos para la patria y llegando al corto arzobispado de Rubén Odio, para dar paso a la gran figura de Carlos Humberto Rodríguez, llegamos a los últimos dos responsables de la sede josefina, Román Arrieta y Hugo Barrantes, para, finalmente, arribar a la reciente elección de José Rafael Quirós.
Odiosas son las comparaciones pero es evidente que cada uno de los siete sacerdotes que han ocupado la sede metropolitana de San José han sido diferentes. Incluso, condicionados por muy variadas condiciones históricas.
El amor del pueblo a Monseñor Castro y su impresionante formación fue clave en tiempos en que el peso del liberalismo anticlerical era fuerte y sus ofensivas anticatólicas parecidas o peores que aquellas por las que hoy pasamos.
La figura singular y el lugar en la historia de Monseñor Sanabria hacen que todo lo que digamos sea insuficiente. Él y los grandes hombres de su tiempo heredaron una Costa Rica grande de la que solo quedan jirones.
Mons. Odio no fue un hombre de gran formación académica pero sí con una vida que relucía como santa por quienes le conocieron. Abierto y cercano fue amado por su pueblo que, en 1955, lo despidió con gran sentimiento luego de siete años de servicio episcopal.
Monseñor Rodríguez, después de su experiencia monástica y formación muy cuidada que le permitió durante un tiempo ser profesor de la Universidad de Costa Rica, puso las bases para una vida diocesana mas eficaz en el anuncio del evangelio y un uso mas cuidadoso de los nuevos medios de comunicación.
Finalmente, los servicios de Mons. Arrieta y Monseñor Barrantes, están siendo valorados por la historia reciente. El camino de Mons. Quirós está, como resulta obvio, por ser escrito.
Se le recibe en San José con la esperanza de que logre animar la vida diocesana, pasar de los intentos de años recientes a logros mas concretos, animar al clero y levantarlo de su presente situación y, además, recuperar la imagen de una arquidiócesis debilitada y venida a menos en muchos aspectos. Le deseamos lo mejor a Mons. Quirós y que el Espíritu que lo llamó concluya en él y por él una obra realmente buena.