El tiempo transcurre, sigilosamente; sin prisa. Y con él vamos todos: en un silente paso. Sabemos que no hay marcha atrás y que aquél no espera a nadie ni a nada. Quienes hemos caminado ya algún trecho sabemos qué hemos andado pero no sabremos, nunca, cuánto y qué nos falta por recorrer. Hoy estamos, mañana tal vez.
Es un devenir donde no hay nada seguro, salvo la inevitable muerte. Todos y todo muere, algún día. Nada se mantiene igual. Cada día, el despertar es un empezar de cero. Lo hecho, hecho está y no cuenta sino, quizá, como experiencia, positiva o negativa, pero nunca más volverá a suceder.
Lo que cuenta es el aquí y ahora. ¡Nada-más!
Hoy, en este momento, sólo tenemos el instante mismo que vivimos. Y también, en un instante dejaremos de “ser” para siempre, según el “libreto” de nuestras vidas. Cada vida es única; es un destino: propio, irrepetible que, incluso, algunas veces, se escribe en un suspiro, una sola letra que no nos lleva más allá de haber simplemente nacido.
Otras veces, son verdaderos mamotretos, con miles de hojas y que, en cada una están los más mínimos detalles. Todo está ahí; no falta ni sobra nada. Cada palabra, punto y coma están escritas y nada ni nadie-puede-cambiarlas.
No es cierto, como dijo Amado Nervo, que somos los arquitectos de nuestro propio destino. No. Somos sólo destinos; actores de una obra de teatro. No podemos cambiar, variar, ni acabar nada si no está ahí escrito. Hasta eso que creemos que "dependió" de nuestra propia voluntad está expreso, esculpido en piedra y así será, sin excepción. Y con esa “guía de puerto” zarparemos si así se dispuso y, sino, anclaremos para siempre sin saber ni ver más allá de ese horizonte que logra verse a poca o larga distancia,-según-a cada quien le fue dado.
Y así, nos iremos solos, sin previo aviso, sin despedida alguna, de nadie ni de nada…Sólo necesitaremos “estar” y en milésimas de segundos no seremos sino un cuerpo yacente, inerte, una mera cosa, que no humana, inicia un nuevo ciclo de transformación, de la que no quedará sino los recuerdos, buenos y malos...y solamente por algún tiempo, pues hasta el “más importante” pasará al olvido definitivo.
Es el ciclo existencial del “ser” y del “estar”; el “aquí” y el “ahora”: ni más ni menos. Por eso, vivamos; sólo vivamos el instante que se nos dio, pues en un santiamén podríamos dejar de ser y estar, para siempre.
Y no piense Ud. que “me” estoy muriendo; pensemos que nos estamos muriendo, poco a poco y que cada día que pasa no es uno más sino uno menos, según lo tiene escrito el libro de la vida…y de la muerte.
El tiempo transcurre, sigilosamente; sin prisa. Y con él vamos todos: en un silente paso. Sabemos que no hay marcha atrás y que aquél no espera a nadie ni a nada. Quienes hemos caminado ya algún trecho sabemos qué hemos andado pero no sabremos, nunca, cuánto y qué nos falta por recorrer. Hoy estamos, mañana tal vez.
Es un devenir donde no hay nada seguro, salvo la inevitable muerte. Todos y todo muere, algún día. Nada se mantiene igual. Cada día, el despertar es un empezar de cero. Lo hecho, hecho está y no cuenta sino, quizá, como experiencia, positiva o negativa, pero nunca más volverá a suceder.
Lo que cuenta es el aquí y ahora. ¡Nada-más!
Hoy, en este momento, sólo tenemos el instante mismo que vivimos. Y también, en un instante dejaremos de “ser” para siempre, según el “libreto” de nuestras vidas. Cada vida es única; es un destino: propio, irrepetible que, incluso, algunas veces, se escribe en un suspiro, una sola letra que no nos lleva más allá de haber simplemente nacido.
Otras veces, son verdaderos mamotretos, con miles de hojas y que, en cada una están los más mínimos detalles. Todo está ahí; no falta ni sobra nada. Cada palabra, punto y coma están escritas y nada ni nadie-puede-cambiarlas.
No es cierto, como dijo Amado Nervo, que somos los arquitectos de nuestro propio destino. No. Somos sólo destinos; actores de una obra de teatro. No podemos cambiar, variar, ni acabar nada si no está ahí escrito. Hasta eso que creemos que "dependió" de nuestra propia voluntad está expreso, esculpido en piedra y así será, sin excepción. Y con esa “guía de puerto” zarparemos si así se dispuso y, sino, anclaremos para siempre sin saber ni ver más allá de ese horizonte que logra verse a poca o larga distancia,-según-a cada quien le fue dado.
Y así, nos iremos solos, sin previo aviso, sin despedida alguna, de nadie ni de nada…Sólo necesitaremos “estar” y en milésimas de segundos no seremos sino un cuerpo yacente, inerte, una mera cosa, que no humana, inicia un nuevo ciclo de transformación, de la que no quedará sino los recuerdos, buenos y malos...y solamente por algún tiempo, pues hasta el “más importante” pasará al olvido definitivo.
Es el ciclo existencial del “ser” y del “estar”; el “aquí” y el “ahora”: ni más ni menos. Por eso, vivamos; sólo vivamos el instante que se nos dio, pues en un santiamén podríamos dejar de ser y estar, para siempre.
Y no piense Ud. que “me” estoy muriendo; pensemos que nos estamos muriendo, poco a poco y que cada día que pasa no es uno más sino uno menos, según lo tiene escrito el libro de la vida…y de la muerte.