Así comenzó la llamada de un nicaragüense conocido, contó con angustia, como justo al lado de su humilde casa, una joven compatriota, en medio del dolor físico apura el paso hacia la muerte, umbral que por instantes olvidamos debemos trascender absolutamente todos, independientemente de la condición o título que carguemos.
El mundo se nos está llenando de máster, licenciados, doctores, excelentísimos, majestades, señorías y toda suerte de calificativos, como si el solo nombre no bastara para identificarnos, hemos llegado al extremo, que alguien interpuso un recurso, porque a algunos profesionales no se les llama “doctor” como a otros que se mueven por los pasillos de hospitales y clínicas y les dieron la razón, atrás vendrán más disciplinas de la salud por el título casi nobiliario, cuando en vez de etiquetas pomposas lo que necesitamos es amor.
La seguridad social costarricense es tan maravillosa y humana, que en su articulado alguien visualizó estos casos que se suceden día a día y ante la comprobada indigencia, las personas independientemente de origen o credo, deben ser atendidas dignamente, tal vez por eso somos un pueblo tan bendecido, aunque no siempre nos percatarnos de esto.
Cuando llamé al máster al que aludía mi amigo nicaragüense, me contó con dolor que algunos llenos de títulos ya querían ver como se “volaban” la dispensa y me confió que aunque “fuera a las patadas, lo iba a defender a capa y espada”, sentí gozo al saber que aún quedan funcionarios públicos de su estirpe.
Ante la vanidad por la guerra de los títulos, medité como al más grande, a quien trascendió los siglos, solo le basta que le llamemos simplemente: !JESUS¡
“Luiijiiyooo...te habla…vieras que tengo una vecina que se está muriendo, tiene la panza llenitica de agua y una niñita de cinco años, está solita, usted sabe que yo soy guardia de seguridad y quiero saber si la puedo asegurar para que la reciban en el hospital, ella no tiene los papeles ticos…me dijeron que hay una persona que me puede ayudar en la Caja, se llama máster”