Lunes, 04 Abril 2011 05:28

Que descanse en paz doña Estela Quesada

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Es­te­la Que­sa­da na­ció en Ala­jue­la el 4 de ju­nio de 1924. Pa­só una ni­ñez muy be­lla en San Car­los. Cuan­do vi­no la edad es­co­lar de sus her­ma­nos, los pa­pás la tra­je­ron pa­ra Ala­jue­la. Se vinieron de Platanar de San Carlos a Alajuela en carreta, porque su ma­dre no mon­ta­ba a ca­ba­llo. Du­raban una se­ma­na de la bajura a Alajuela.
Do­ña Es­te­la es­tu­vo en la Es­cue­la Ber­nar­do So­to, y en el Ins­ti­tu­to de Ala­jue­la. En­tró a la Fa­cul­tad de Edu­ca­ción de la Uni­ver­si­dad de Cos­ta Ri­ca y lue­go de gra­duar­se co­mo maes­tra, es­tu­dió De­re­cho mien­tras tra­ba­ja­ba en es­cue­las.
Em­pe­zó a tra­ba­jar de maes­tra en San Car­los, en la an­ti­gua Vi­lla Que­sa­da, en el San Car­los ru­ral y re­mo­to. Ha­bía que pa­sar los ríos por den­tro, a ca­ba­llo.
En ese tiem­po ni si­quie­ra ha­bía ca­mi­nos las­trea­dos. Doña Estela se mon­ta­ba a ca­ba­llo en Na­ran­jo, que era has­ta don­de lle­ga­ban el ca­mi­no as­fal­ta­do y el bus.
Después se metió en política. Fue cortesista y ulatista. Las mujeres fueron fundamentales en las protestas de la época. Eran los pri­me­ros años de su vi­da.
La pre­sen­cia de mujeres en las ma­ni­fes­ta­cio­nes con­mo­vió tan­to la con­cien­cia na­cio­nal que cuan­do se in­te­gra la Asam­blea Cons­ti­tu­yen­te se les otor­ga a las mu­je­res los de­re­chos po­lí­ti­cos, el de­re­cho a ele­gir y el de­re­cho a ser elec­tas. Se ar­gu­men­tó que la par­ti­ci­pa­ción de las mu­je­res en las pro­tes­tas y las ma­ni­fes­ta­cio­nes ha­bía ge­ne­ra­do mé­ri­tos su­fi­cien­tes pa­ra me­re­cer el re­co­no­ci­mien­to de sus de­re­chos.
Lle­gó a ser pre­si­den­ta de la AN­DE, la ter­ce­ra mu­jer que lle­gó a la Pre­si­den­cia, a ini­cios de los años 50. Em­pe­zó a es­tu­diar De­re­cho sien­do maes­tra. Re­nun­ció a la pla­za de día y mien­tras es­tu­dia­ba tra­ba­jó en la no­che, es­pe­cí­fi­ca­men­te en la Es­cue­la Noc­tur­na de Ala­jue­la.
Cuan­do ter­mi­nó de es­tu­diar Derecho, en 1953, es­ta­ban en la pri­me­ra cam­pa­ña elec­to­ral de Fi­gue­res. Se le pos­tu­la pa­ra una di­pu­ta­ción. Fue una de las pri­me­ras tres mu­je­res que ocu­pó una cu­rul. Las otras dos di­pu­ta­das eran Te­re­sa Obre­gón de Den­go y Ana Ro­sa Cha­cón.  En la Asam­blea Le­gis­la­ti­va, le fue muy bien. Fue vi­ce­pre­si­den­ta del directorio. Se apar­tó del par­ti­do Liberación Nacional por­que no acep­tó la dis­ci­pli­na del par­ti­do ni sus te­sis. Ale­gó siem­pre que te­nía la re­pre­sen­ta­ción y la res­pon­sa­bi­li­dad del país y no del par­ti­do.
En la Asam­blea Le­gis­la­ti­va co­no­ció a Ma­rio Echan­di. Cuando fue electo presidente, la nombró ministra de Educación, la primera mujer ministra en nuestra historia. Lo que sigue entre comillas es de una entrevista que le hice y publiqué en un libro. “La edu­ca­ción em­pe­za­ba a dar pa­los de cie­go. Se ha­bía su­pri­mi­do la ins­pi­ra­ción de la es­cue­la eu­ro­pea, la es­cue­la fran­ce­sa, de fuer­za in­te­lec­tual, de co­no­ci­mien­to só­li­do. Se es­ta­ba em­pe­zan­do a na­ve­gar en las nue­vas fi­lo­so­fías, que se ha­bían im­pues­to en Cos­ta Ri­ca sin pre­pa­ra­ción ade­cua­da pa­ra el cam­bio. Na­die ca­pa­ci­tó a los maes­tros pa­ra el cam­bio. Em­pe­za­ba a de­cli­nar la edu­ca­ción cos­ta­rri­cen­se en cuan­to a la pre­pa­ra­ción. Mi ma­yor preo­cu­pa­ción fue lle­var a las es­cue­las ru­ra­les a com­ple­tar el ci­clo de pri­ma­ria, por­que mu­chas no con­ta­ban con el sex­to gra­do. Un de­ta­lle muy im­por­tan­te es que le di­je a Ma­rio que acep­ta­ba el mi­nis­te­rio con una con­di­ción: que no per­mi­ti­ría in­fluen­cias po­lí­ti­cas en el mi­nis­te­rio. Los maes­tros de­bían nom­brar­se por mé­ri­tos y por ca­pa­ci­dad, ja­más por in­fluen­cia po­lí­ti­ca. Tam­bién qui­té los uni­for­mes de ga­la pa­ra las ban­das, por­que com­pro­bé que se gas­ta­ba mu­cho di­ne­ro en esos uni­for­mes y esa pla­ta ha­cía fal­ta en los la­bo­ra­to­rios. La es­cue­la cos­ta­rri­cen­se es­ta­ba sien­do in­va­di­da por la en­se­ñan­za pri­va­da, por lo que la en­se­ñan­za pú­bli­ca em­pe­za­ba a su­frir, co­mo se no­ta aho­ra. Yo he­re­dé de los vie­jos maes­tros la idea de que la edu­ca­ción pú­bli­ca es el fun­da­men­to de la de­mo­cra­cia, de ma­ne­ra que no sea en la edu­ca­ción que se sien­tan las di­fe­ren­cias en­tre el ni­ño ri­co y el ni­ño po­bre. La edu­ca­ción pú­bli­ca per­mi­tió por mu­chas dé­ca­das que el ni­ño ri­co y el ni­ño po­bre se hi­cie­ran ami­gos. Fue una épo­ca muy be­lla, que fa­ci­li­tó la so­li­da­ri­dad y los bue­nos sen­ti­mien­tos en­tre las cla­ses so­cia­les. Cuan­do de ni­ños son ami­gos, de gran­des se en­tien­den bien. Con la en­se­ñan­za pri­va­da se se­gre­ga a los po­bres”.
Este es un breve resumen de la vida de esa gran mujer que fue Estela Quesada, primera mujer ministra, una de las tres primeras en ser diputadas, y una gran mujer de servicio público. Que descanse en paz.
Camilo Rodríguez Chaverri
Es­te­la Que­sa­da na­ció en Ala­jue­la el 4 de ju­nio de 1924. Pa­só una ni­ñez muy be­lla en San Car­los. Cuan­do vi­no la edad es­co­lar de sus her­ma­nos, los pa­pás la tra­je­ron pa­ra Ala­jue­la. Se vinieron de Platanar de San Carlos a Alajuela en carreta, porque su ma­dre no mon­ta­ba a ca­ba­llo. Du­raban una se­ma­na de la bajura a Alajuela.
Do­ña Es­te­la es­tu­vo en la Es­cue­la Ber­nar­do So­to, y en el Ins­ti­tu­to de Ala­jue­la. En­tró a la Fa­cul­tad de Edu­ca­ción de la Uni­ver­si­dad de Cos­ta Ri­ca y lue­go de gra­duar­se co­mo maes­tra, es­tu­dió De­re­cho mien­tras tra­ba­ja­ba en es­cue­las.
Em­pe­zó a tra­ba­jar de maes­tra en San Car­los, en la an­ti­gua Vi­lla Que­sa­da, en el San Car­los ru­ral y re­mo­to. Ha­bía que pa­sar los ríos por den­tro, a ca­ba­llo.
En ese tiem­po ni si­quie­ra ha­bía ca­mi­nos las­trea­dos. Doña Estela se mon­ta­ba a ca­ba­llo en Na­ran­jo, que era has­ta don­de lle­ga­ban el ca­mi­no as­fal­ta­do y el bus.
Después se metió en política. Fue cortesista y ulatista. Las mujeres fueron fundamentales en las protestas de la época. Eran los pri­me­ros años de su vi­da.
La pre­sen­cia de mujeres en las ma­ni­fes­ta­cio­nes con­mo­vió tan­to la con­cien­cia na­cio­nal que cuan­do se in­te­gra la Asam­blea Cons­ti­tu­yen­te se les otor­ga a las mu­je­res los de­re­chos po­lí­ti­cos, el de­re­cho a ele­gir y el de­re­cho a ser elec­tas. Se ar­gu­men­tó que la par­ti­ci­pa­ción de las mu­je­res en las pro­tes­tas y las ma­ni­fes­ta­cio­nes ha­bía ge­ne­ra­do mé­ri­tos su­fi­cien­tes pa­ra me­re­cer el re­co­no­ci­mien­to de sus de­re­chos.
Lle­gó a ser pre­si­den­ta de la AN­DE, la ter­ce­ra mu­jer que lle­gó a la Pre­si­den­cia, a ini­cios de los años 50. Em­pe­zó a es­tu­diar De­re­cho sien­do maes­tra. Re­nun­ció a la pla­za de día y mien­tras es­tu­dia­ba tra­ba­jó en la no­che, es­pe­cí­fi­ca­men­te en la Es­cue­la Noc­tur­na de Ala­jue­la.
Cuan­do ter­mi­nó de es­tu­diar Derecho, en 1953, es­ta­ban en la pri­me­ra cam­pa­ña elec­to­ral de Fi­gue­res. Se le pos­tu­la pa­ra una di­pu­ta­ción. Fue una de las pri­me­ras tres mu­je­res que ocu­pó una cu­rul. Las otras dos di­pu­ta­das eran Te­re­sa Obre­gón de Den­go y Ana Ro­sa Cha­cón.  En la Asam­blea Le­gis­la­ti­va, le fue muy bien. Fue vi­ce­pre­si­den­ta del directorio. Se apar­tó del par­ti­do Liberación Nacional por­que no acep­tó la dis­ci­pli­na del par­ti­do ni sus te­sis. Ale­gó siem­pre que te­nía la re­pre­sen­ta­ción y la res­pon­sa­bi­li­dad del país y no del par­ti­do.
En la Asam­blea Le­gis­la­ti­va co­no­ció a Ma­rio Echan­di. Cuando fue electo presidente, la nombró ministra de Educación, la primera mujer ministra en nuestra historia. Lo que sigue entre comillas es de una entrevista que le hice y publiqué en un libro. “La edu­ca­ción em­pe­za­ba a dar pa­los de cie­go. Se ha­bía su­pri­mi­do la ins­pi­ra­ción de la es­cue­la eu­ro­pea, la es­cue­la fran­ce­sa, de fuer­za in­te­lec­tual, de co­no­ci­mien­to só­li­do. Se es­ta­ba em­pe­zan­do a na­ve­gar en las nue­vas fi­lo­so­fías, que se ha­bían im­pues­to en Cos­ta Ri­ca sin pre­pa­ra­ción ade­cua­da pa­ra el cam­bio. Na­die ca­pa­ci­tó a los maes­tros pa­ra el cam­bio. Em­pe­za­ba a de­cli­nar la edu­ca­ción cos­ta­rri­cen­se en cuan­to a la pre­pa­ra­ción. Mi ma­yor preo­cu­pa­ción fue lle­var a las es­cue­las ru­ra­les a com­ple­tar el ci­clo de pri­ma­ria, por­que mu­chas no con­ta­ban con el sex­to gra­do. Un de­ta­lle muy im­por­tan­te es que le di­je a Ma­rio que acep­ta­ba el mi­nis­te­rio con una con­di­ción: que no per­mi­ti­ría in­fluen­cias po­lí­ti­cas en el mi­nis­te­rio. Los maes­tros de­bían nom­brar­se por mé­ri­tos y por ca­pa­ci­dad, ja­más por in­fluen­cia po­lí­ti­ca. Tam­bién qui­té los uni­for­mes de ga­la pa­ra las ban­das, por­que com­pro­bé que se gas­ta­ba mu­cho di­ne­ro en esos uni­for­mes y esa pla­ta ha­cía fal­ta en los la­bo­ra­to­rios. La es­cue­la cos­ta­rri­cen­se es­ta­ba sien­do in­va­di­da por la en­se­ñan­za pri­va­da, por lo que la en­se­ñan­za pú­bli­ca em­pe­za­ba a su­frir, co­mo se no­ta aho­ra. Yo he­re­dé de los vie­jos maes­tros la idea de que la edu­ca­ción pú­bli­ca es el fun­da­men­to de la de­mo­cra­cia, de ma­ne­ra que no sea en la edu­ca­ción que se sien­tan las di­fe­ren­cias en­tre el ni­ño ri­co y el ni­ño po­bre. La edu­ca­ción pú­bli­ca per­mi­tió por mu­chas dé­ca­das que el ni­ño ri­co y el ni­ño po­bre se hi­cie­ran ami­gos. Fue una épo­ca muy be­lla, que fa­ci­li­tó la so­li­da­ri­dad y los bue­nos sen­ti­mien­tos en­tre las cla­ses so­cia­les. Cuan­do de ni­ños son ami­gos, de gran­des se en­tien­den bien.
Con la en­se­ñan­za pri­va­da se se­gre­ga a los po­bres”.
Este es un breve resumen de la vida de esa gran mujer que fue Estela Quesada, primera mujer ministra, una de las tres primeras en ser diputadas, y una gran mujer de servicio público. Que descanse en paz.