No obstante, se debería admitir una variación a la versión: “¡El Cesar para ser Cesar debería saber quién es su mujer!”.
Y ello viene a colación pues hay un tema recurrente en muchas figuras públicas que no entienden o sólo quieren entender a su conveniencia.
Resulta que para algunos con pretensiones reincidentes a escalar, a como de lugar, altos cargos públicos o que, fugazmente se colaron, creen, muy a su conveniencia, que el haber sido eximidos de acusaciones delictivas, por las vías previstas en la ley, ante la insuficiencia de pruebas o de meros tecnicismos, relacionados con el transcurrir del tiempo, como la prescripción; dudas razonables a criterios del juez o por no ser “relevantes”, según el Ministerio Público, se consideran y buscan “santificarse” ante la opinión pública como “pobres e inocentes víctimas”, vil y públicamente vilipendiadas por alguna “falta” y se presentan como celestiales “angelitos”, incapaces ni de un mal pensamiento.
Y lo peor es que buscan que quienes le señalaron, en su momento, vengan a rasgarse las vestiduras en plena “plaza”, para demostrar que lo que se hizo con él fue una inmensa e inmerecida “INJUSTICA”! ¡Vaya desfachatez!
Por ahí, entonces, van creando un ambiente que les sea favorable para “reinventarse” ante la “apaleada” que sufrieron pues los hechos, aunque formal y técnicamente dejaron de ser sancionables, en vía judicial o administrativa, la realidad es que se cometieron y aún cuando no entran ya en el campo del derecho, si se mantienen en el ámbito de la moral y ética, pública y privada, por siempre.
De modo que esos, con cara de “yo no fui”, aunque ya lejanos a sanciones legales, sí lo estarán desde el punto de vista moral y ético, porque son, y saben que lo son, seres de la peor ralea y la mayoría de la gente, a su alrededor, sabe que la letra escarlata no se la podrán quitar nunca.
Pero quizá lo peor de todo es que, son tan listos, y por algo se les considera “estafadores de la moral”, que urden, con todo tipo de argucias, planes para llegar hasta donde pueden filtrar sus obscuras intenciones.
Y si fuera que el asunto sólo les afectará a quienes se dejaron llevar por estos despreciables personajes, pues allá cada quien con sus actos y sus costos.
El problema es que, cuando se trata del ámbito del Estado, cuando esos despistados se dan cuenta de la “gran torta” que cometieron, por falta de buen juicio, y creen que pueden echar marcha atrás, resulta que aquél, más vivo que ninguno, obtiene lo que premeditadamente planeó, en sus más descarnados detalles y va, entonces, detrás de millonarias indemnizaciones que, al final, terminamos pagando todos los costarricenses.
Adrede no he mencionado nombres de quiénes son éstos “vividores” de la teta pública pero lo dicho calza con más de un “caso” real que, en estos momentos, está dándose en el acontecer nacional e internacional.
UD, estimado oyente, ¡sólo póngale nombre! Verá que acierta, sin mayor problema, aunque con su suerte no se hará millonario como, posiblemente, sí lo consiga quien Ud. ahí señaló.