En este sentido, para quienes somos creyentes, la fiesta de nuestra patrona la Virgen de los Ángeles, como símbolo materno de la propia nacionalidad costarricense, enriquece y complementa el desarrollo espiritual de la persona.
Pues el modelo humano y la condición de discípula que nos ofrece el Nuevo Testamento sobre María nos muestra una mujer humilde, obediente, valiente, fuerte y con una evidente capacidad de comprensión, sensibilidad y de amor a Dios…
Esto lo demostró a través de toda su vida al acompañar a Jesús con lealtad y amor en muchos de los momentos de su estadía en la Tierra, desde su disponibilidad en la Anunciación hasta
la fidelidad al pie de la cruz.
Por lo tanto, si María participó en el plan de Dios para nuestra salvación al ser Madre de Jesús, por qué no ver en ella entonces la ayuda necesaria para la disminución de los males que corroen a nuestra sociedad.
María es nuestra Madre, la Madre de todos los hijos de Dios, en ella encontramos refugio, ayuda, protección e intercesión.
Con esta María, tan humana, ya admitida dentro del ámbito de la divinidad, podemos sentirnos escuchados, amados, animados, curados por ella, pues su característica principal no es el de ser una gran heroína sino su carácter lleno de sencillez. María es modelo de esperanza, entrega total por espíritu de fe y servicio por la fuerza del amor.
De ahí que cada vez que es celebrada esa figura tan amada, por una gran cantidad de costarricenses, como es la Virgen de los Ángeles, se nos confirma la importancia de María como Madre en la espiritualidad del creyente.
Por eso el hecho de que en días cercanos a la celebración del dos de agosto millones de pasos de amor inicien la Romería, constituye una sorprendente y emotiva peregrinación de agradecimiento y amor hacia nuestra Madre del Cielo, a esa nuestra Bendita Patrona.
No obstante, se debe tener claro que la fe y el amor hacia la Reina del Cielo no se encuentra, exclusivamente, en una romería, aunque esta constituya una de las muestras populares más representativas de la fe. Desde nuestros hogares, desde nuestras comunidades, desde nuestros corazones, podemos celebrar a nuestra Negrita con la certeza de que, a pesar de los problemas, ella abrigará con su amor cada rincón de esta tierra y hará flamear, en el corazón de quienes la habitamos, la esperanza, paz, sabiduría y el afecto que alberga su alma.
Porque ¿cuántas veces la ternura y la mano de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el desconsuelo o desencanto de alguno de sus hijos?, ¿cuántas veces la fuerza de una madre es la que nos motiva a continuar el camino?, ¿en cuántas oportunidades hemos recurrido a la figura materna de María como intercesora ante Dios?
De ahí que si la Virgen María, nuestra venerada Negrita, constituye, a la vez, nuestra intercesora y mediadora Madre, es sumamente justo y propio de nuestra condición de hijos agradecidos que, diariamente, le correspondamos con un entrañable amor, tal y como su condición de Reina del Cielo y Patrona de Costa Rica lo merece.
Por eso, sin duda, este dos de agosto es una excelente ocasión para volver a hacer germinar, con mayor ímpetu, en el corazón de miles de costarricenses, ese hermoso rezo de la Salve que versa “Dios te Salve, Reina y Madre de Misericordia...”, y unidos, en una sola voz y en un solo sentimiento, exclamar: ¡bendita seas María!, ¡bendita Madre del Cielo!, ¡bienaventurada Reina de los Ángeles!..., te rogamos que tu sagrada luz prodigue de infinita prosperidad esta bendita tierra costarricense. ¡Así sea!