Jueves, 14 Julio 2011 05:44

La muerte del cantor

Escrito por
Una historia del escritor uruguayo Eduardo Galeano cuenta que a un violinista que iba por un camino, le robaron el violín. Lo encontraron unas horas después, herido y adolorido, pero cuando le preguntaron cómo se sentía, contestó sonriendo, “pobrecitos ellos, porque se robaron mi violín pero no se pueden robar mi música”. Al matar vilmente a Facundo Cabral, no pueden matar su maravillosa lucha por la libertad, por la paz mundial, por el arte y por la tolerancia. Al convertido a Facundo Cabral en un mártir de los principios más altos y sublimes del ser humano.
Tuve la oportunidad de verlo en escenario tres veces y lo entrevisté en dos ocasiones para dos medios costarricenses. Siempre me impresionó su personalidad, su capacidad de asombro, el niño que siempre llevó por dentro. Me encantó su gran amor por la poesía, su respeto por la vida de las personas, su gran admiración por los esfuerzos que hace cada persona para surgir y cada pueblo para encontrar un mejor destino. Canciones suyas son verdaderos emblemas humanistas, como esa que dice, “No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir, y ser feliz es mi color de identidad”. O canciones de amor, como la que tiene estos versos, “cuando los amantes entran al bosque, las mariposas tiemblan, porque los amantes no saben cazar mariposas”. También fue fundamental para que América Latina escuchara con mayor profusión a otros grandes artistas como Atahualpa Yupanqui. Por ejemplo, hizo famosa esa canción que dice, “pobrecito mi patrón, cree que el pobre soy yo”.
Fue grandioso en el rescate de la vida de la gente del campo, del agricultor, el obrero, el campesino, el albañil, el carpintero, el fontanero… También la mujer que siembra la tierra, que cría muchos hijos, que cocina para los peones, que hace tamales y sopa para el turno con el que recogen dinero para la escuela, el hogar de ancianos o el albergue de niños con discapacidad. Era un hombre valiente, un defensor de la dignidad de la persona, de la personalidad clarísima de cada pueblo. Era un defensor de la patria humana, de que todos y todas tenemos un compromiso con el ser humano por encima de diferencias. En una canción dice, “sólo lo muy barato tiene precio”.
Lo ha matado la violencia institucionalizada de América Latina. Y lo mató por error. Pero qué va, una muerte de estas no es por casualidad, ni por error. Han matado a un gran defensor de la paz. Y eso tiene un gran contenido simbólico. Me sobrecogió ver a  la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, llorando en el lugar del crimen. Guatemala, Costa Rica, América Latina, y el mundo entero tienen que llorar por la muerte de este gran cantor de la vida, del amor y de la dignidad humana. Que no descanse en paz Facundo Cabral. Que su canto y su mensaje  defiendan lo mejor de la humanidad por los siglos de los siglos.
Una historia del escritor uruguayo Eduardo Galeano cuenta que a un violinista que iba por un camino, le robaron el violín. Lo encontraron unas horas después, herido y adolorido, pero cuando le preguntaron cómo se sentía, contestó sonriendo, “pobrecitos ellos, porque se robaron mi violín pero no se pueden robar mi música”. Al matar vilmente a Facundo Cabral, no pueden matar su maravillosa lucha por la libertad, por la paz mundial, por el arte y por la tolerancia. Al convertido a Facundo Cabral en un mártir de los principios más altos y sublimes del ser humano.
Tuve la oportunidad de verlo en escenario tres veces y lo entrevisté en dos ocasiones para dos medios costarricenses. Siempre me impresionó su personalidad, su capacidad de asombro, el niño que siempre llevó por dentro. Me encantó su gran amor por la poesía, su respeto por la vida de las personas, su gran admiración por los esfuerzos que hace cada persona para surgir y cada pueblo para encontrar un mejor destino. Canciones suyas son verdaderos emblemas humanistas, como esa que dice, “No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir, y ser feliz es mi color de identidad”. O canciones de amor, como la que tiene estos versos, “cuando los amantes entran al bosque, las mariposas tiemblan, porque los amantes no saben cazar mariposas”. También fue fundamental para que América Latina escuchara con mayor profusión a otros grandes artistas como Atahualpa Yupanqui. Por ejemplo, hizo famosa esa canción que dice, “pobrecito mi patrón, cree que el pobre soy yo”.
Fue grandioso en el rescate de la vida de la gente del campo, del agricultor, el obrero, el campesino, el albañil, el carpintero, el fontanero… También la mujer que siembra la tierra, que cría muchos hijos, que cocina para los peones, que hace tamales y sopa para el turno con el que recogen dinero para la escuela, el hogar de ancianos o el albergue de niños con discapacidad. Era un hombre valiente, un defensor de la dignidad de la persona, de la personalidad clarísima de cada pueblo. Era un defensor de la patria humana, de que todos y todas tenemos un compromiso con el ser humano por encima de diferencias. En una canción dice, “sólo lo muy barato tiene precio”.
Lo ha matado la violencia institucionalizada de América Latina. Y lo mató por error. Pero qué va, una muerte de estas no es por casualidad, ni por error. Han matado a un gran defensor de la paz. Y eso tiene un gran contenido simbólico. Me sobrecogió ver a  la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, llorando en el lugar del crimen. Guatemala, Costa Rica, América Latina, y el mundo entero tienen que llorar por la muerte de este gran cantor de la vida, del amor y de la dignidad humana. Que no descanse en paz Facundo Cabral. Que su canto y su mensaje  defiendan lo mejor de la humanidad por los siglos de los siglos.