Por ejemplo para el filósofo Gabriel Marcel, la igualdad, que insistentemente reclama el mundo actual, lleva implícita un sentimiento de pretensión y resentimiento, que podría expresarse así: “Soy tu igual, no valgo menos que tú”, lo que implica que tal concepto de igualdad está centrado sobre la conciencia reivindicadora del yo. La fraternidad, en cambio, se enfoca en “el otro”, en mi prójimo y cuando esto sucede, ya no me inquieta saber si soy o no soy su igual e incluso puedo sentir una verdadera alegría y una generosa admiración al reconocer en él, cualidades o conocimientos de los que yo carezco. Correlativamente al énfasis que se hace en la “igualdad”, se debilita, paulatinamente, el concepto de servicio, entendido éste como nuestra obligada contribución al bienestar común, al que, en una forma u otra, todos debemos aportar algo, en la medida de nuestras posibilidades. Desde esta perspectiva, tiene sentido que se diga que hay un honor y una nobleza en el hecho de servir. Honor y nobleza suponen una cierta interioridad, no solo una conciencia, sino un esfuerzo para justificarse frente a sí mismo. Contrariamente a los que sostienen algunos, con cierto cinismo, que la verdadera amistad sólo puede darse entre iguales, aquellos que hace años peinamos canas, recordamos con nostalgia los vínculos de auténtica amistad y afecto que existían entre nuestros mayores y las personas con las que circunstancialmente estaban ligadas por vínculos de trabajo. En esas épocas, relativamente recientes, el buen servidor se distinguía por un cierto aprecio a su trabajo y su apego a las personas a las que servía, sentimiento que en nuestros días es cada vez más escaso. Actualmente la mayoría de los trabajadores de todos los niveles consideran que mientras se conformen a las cláusulas de su contrato y al horario establecido, no están obligados a dar nada más. Todos sabemos, por ejemplo, de la indiferencia y crueldad con que la generalidad del personal hospitalario, una vez cumplido su horario de servicio, interrumpen los cuidados que reclaman los enfermos y los abandonan a su suerte o incluso, llegada la oportunidad, hasta se niegan a prestarles servicio alguno, atendiendo al llamado del Sindicato, que los convoca a un paro en pro de un aumento salarial. En un mundo en el que las raíces mismas de la vida han sido envenenadas hasta ese extremo, no nos debe extrañar que surjan las iniciativas más absurdas, que en otros tiempos habrían resultado inconcebibles. En futuros comentarios analizaremos algunas de esas confusas iniciativas, que bajo diferentes disfraces, están unidas bajo el común denominador del egoísmo y el menosprecio a los valores eternos y nos revelan el mar de confusiones en el que estamos inmersos.