Lunes, 18 Junio 2012 04:54

Igualdad o fraternidad y el deterioro del concepto de servicio:

Por más de dos siglos, desde que la Revolución Francesa sintetizó sus ideales bajo el lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, generaciones enteras han aceptado esa divisa, sin reparar  si realmente  hay alguna  compatibilidad entre las ideas que esas palabras evocan. Sin embargo, ante el deterioro  de las relaciones personales o intersubjetivas, en un  mundo heredero del ideario de esa Revolución, algunos espíritus reflexivos nos han  señalado  que, en realidad,  estas ideas corresponden a direcciones del corazón diametralmente opuestas.

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Por ejemplo para el filósofo Gabriel Marcel, la igualdad, que insistentemente reclama  el mundo actual,  lleva implícita  un sentimiento  de  pretensión y  resentimiento, que podría expresarse así: “Soy tu igual, no valgo menos que tú”, lo que implica  que tal  concepto de igualdad  está centrado sobre la conciencia reivindicadora del yo. La fraternidad, en cambio, se enfoca en “el otro”, en mi prójimo y cuando esto sucede, ya no me inquieta saber si soy o no soy su igual e incluso puedo sentir una verdadera alegría y una generosa admiración al reconocer en él, cualidades o conocimientos de  los que yo  carezco. Correlativamente al énfasis que se hace en la “igualdad”, se debilita, paulatinamente, el concepto de servicio, entendido éste como  nuestra obligada  contribución al bienestar común, al que, en una forma u otra, todos debemos aportar  algo, en la medida de nuestras posibilidades. Desde esta  perspectiva, tiene sentido que se diga que   hay un honor y una nobleza en el hecho de servir. Honor y nobleza suponen una cierta interioridad, no solo una conciencia, sino un esfuerzo para justificarse frente a sí mismo. Contrariamente a los que sostienen algunos,  con cierto cinismo, que la verdadera amistad sólo puede darse entre iguales, aquellos  que hace años peinamos canas, recordamos con nostalgia los vínculos de auténtica amistad y afecto que existían entre nuestros mayores y las personas con las que circunstancialmente estaban ligadas por vínculos de trabajo.   En esas  épocas, relativamente recientes, el buen servidor se distinguía por un cierto aprecio a su trabajo y su apego a las personas a las que servía, sentimiento que  en nuestros días es  cada vez más escaso. Actualmente la mayoría de los trabajadores de todos los niveles  consideran que mientras se conformen a las cláusulas de su contrato y al horario establecido, no están obligados a dar  nada más. Todos sabemos, por ejemplo,  de la indiferencia y crueldad con que la generalidad del personal hospitalario,  una vez cumplido su horario de servicio, interrumpen  los cuidados que reclaman los enfermos y los abandonan a su suerte o  incluso,  llegada la oportunidad, hasta se niegan a prestarles  servicio alguno, atendiendo al llamado del Sindicato,  que los convoca a un paro  en pro de   un aumento salarial. En un mundo en el que las raíces mismas de la vida han sido  envenenadas hasta ese extremo,  no nos debe  extrañar que surjan  las iniciativas más absurdas,  que en otros tiempos habrían resultado inconcebibles. En futuros comentarios analizaremos algunas de esas confusas  iniciativas, que bajo diferentes disfraces, están unidas bajo el común denominador del egoísmo y el menosprecio a los valores eternos y nos revelan el mar de confusiones en el que estamos inmersos.