Martes, 01 Octubre 2013 06:02

Hacia una sociedad para todas las edades

El 14 de diciembre de 1990, la Asamblea General de las Naciones Unidas, designó el día 1° de octubre de cada año: Día Internacional de las Personas de Edad.

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Nos unimos a dicha celebración, teniendo en consideración, que la llamada “tercera edad” es una parte bastante extensa de la población mundial, en gran parte gracias a los descubrimientos científicos que hacen progresar la medicina, por lo que los seres humanos vivimos cada vez más tiempo.
Nos ha parecido muy oportuno el título de éste comentario, que fue el tema designado por Naciones Unidas, al declarar el año 1999, como el Año Internacional de los Ancianos. El entonces Secretario General Kofi Annan, dijo: «Una sociedad para todas las edades es una sociedad que, lejos de hacer una caricatura de los ancianos presentándolos enfermos y jubilados, los considera más bien agentes y beneficiarios del desarrollo».
En otras palabras, toda sociedad debe esforzarse en crear condiciones de vida capaces de promover la realización del enorme potencial que tienen las personas de la tercera edad.
Para poder alcanzar ese objetivo, se ha insistido en la dignidad propia de todo ser humano, y sus respectivos derechos fundamentales, por ello en el año en 1991, la Asamblea General de la ONU fijó los Principios de las Naciones Unidas a favor de las Personas de Edad, que desarrolló en cinco temas: “independencia, participación, cuidados, autorrealización y dignidad.”
Particularmente resulta importante, que resaltemos que toda persona adulta mayor, debe recibir un trato digno, para que se pueda sentir segura y con ello vivir libre de explotación y de malos tratos ya sean éstos físicos o mentales.
En este mismo sentido, dice el libro del Levítico: “Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano”. Honrar significa precisamente eso: tratar con dignidad, con respeto.
Consideremos además, que ese trato es un asunto de justicia, de reciprocidad.
Bien decía el Papa Juan Pablo II: “Es importante que se conserve, o se restablezca donde se haya perdido, un pacto entre generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos y nietos la acogida y la solidaridad que ellos le dieron cuando nacieron”.
De ese encuentro entre generaciones, los más jóvenes son los que resultan beneficiados con todo el conocimiento y la experiencia que los adultos mayores pueden trasmitirles; además así construimos una sociedad plenamente humana, en la cual todos somos tratados con dignidad y respeto, sin importar la edad que tengamos.
Alexandra Loría Beeche