Hace unos pocos meses, en Estados Unidos se aprobó una reforma de salud sin precedentes y en su defensa en el congreso, alguien recordó que en un pequeño país de Centro América existe desde hace muchos años un sistema de seguridad social sostenido por aportes de afiliados y patronos.
Ese país se llama Costa Rica y gracias a la existencia de un sistema solidario, esta pequeña nación goza de índices de salud comparables únicamente con países desarrollados. Por eso, la mortalidad infantil es la más baja de América y de las más bajas del mundo, y gracias a ese esquema nuestra expectativa de vida es tan alta o más que la de países desarrollados como Japón, Alemania y Estados Unidos.
Es comprensible que nos pongamos orgullosos cuando se exhiben en el extranjero estos logros de nuestro sistema de seguridad social. Pero no debemos olvidar que a quien mucho se le da mucho se le pide, y esa convicción debe movernos a salvaguardar a la Caja del Seguro Social, emblema de la seguridad social de la que debemos sentirnos tan orgullosos y a la cual es urgente rescatar de algunos males que la hacen peligrar.
Esta institución cuenta con muchos amigos y también una enorme lista de enemigos.
Además de los empleados que en inmensa mayoría trabajan con mística y dedicación; el máximo representante de los defensores de la Caja son personas como don Francisco Prado, quien con 79 años renunció a su pensión del régimen no contributivo, para que la Caja pueda darle esa pensioncita a alguien que la ocupe más que él.
Héroes como don Francisco, son los que necesitamos destacar e imitar. Gracias don Francisco por su bondad y gracias por enseñarnos el valor supremo de la gratitud con una institución a la que todos deberíamos agradecer.
Entre los enemigos de nuestro sistema de seguridad social, la lista es encabezada por los cientos de patronos morosos, que con cinismo se apropian de las sumas retenidas a sus empleados y evaden los pagos de sus cargas patronales, cargándole a la institución enormes pérdidas y a los pobres empleados la molestia de no ser atendidos sin que se les cobren los servicios prestados. Esto, sin considerar el enorme daño propinado a su futura pensión.
Le siguen algunos funcionarios administrativos que dan mal servicio a los usuarios como si se tratara de pedir limosna o como si fueran los dueños y nos prestaran un favor gratuito.
Por último un enemigo silencioso y en apariencia poco dañino, es la práctica de los usuarios que hacen uso desmedido y abusivo de las incapacidades.
Hay gente que ante el mínimo dolor de pestañas, se apersona a las clínicas y hospitales y con capacidad actoral, confunde y compra incapacidades para ir de viaje, reponer la resaca del fin de semana o simplemente quedarse en casa disfrutando de un partido de futbol.
Sin pretender recetar la pomada canaria para los males de la Caja, creo que, al acabar con los biombos, con la morosidad y con el abuso en las incapacidades; podríamos rescatar a este sistema de seguridad social, orgullo costarricense, emulado hasta por las potencias y dignificado por gente como don Francisco Prado, en quien se reflejan auténticos valores costarricenses.
Hace unos pocos meses, en Estados Unidos se aprobó una reforma de salud sin precedentes y en su defensa en el congreso, alguien recordó que en un pequeño país de Centro América existe desde hace muchos años un sistema de seguridad social sostenido por aportes de afiliados y patronos.
Ese país se llama Costa Rica y gracias a la existencia de un sistema solidario, esta pequeña nación goza de índices de salud comparables únicamente con países desarrollados. Por eso, la mortalidad infantil es la más baja de América y de las más bajas del mundo, y gracias a ese esquema nuestra expectativa de vida es tan alta o más que la de países desarrollados como Japón, Alemania y Estados Unidos.
Es comprensible que nos pongamos orgullosos cuando se exhiben en el extranjero estos logros de nuestro sistema de seguridad social. Pero no debemos olvidar que a quien mucho se le da mucho se le pide, y esa convicción debe movernos a salvaguardar a la Caja del Seguro Social, emblema de la seguridad social de la que debemos sentirnos tan orgullosos y a la cual es urgente rescatar de algunos males que la hacen peligrar.
Esta institución cuenta con muchos amigos y también una enorme lista de enemigos.
Además de los empleados que en inmensa mayoría trabajan con mística y dedicación; el máximo representante de los defensores de la Caja son personas como don Francisco Prado, quien con 79 años renunció a su pensión del régimen no contributivo, para que la Caja pueda darle esa pensioncita a alguien que la ocupe más que él.
Héroes como don Francisco, son los que necesitamos destacar e imitar. Gracias don Francisco por su bondad y gracias por enseñarnos el valor supremo de la gratitud con una institución a la que todos deberíamos agradecer.
Entre los enemigos de nuestro sistema de seguridad social, la lista es encabezada por los cientos de patronos morosos, que con cinismo se apropian de las sumas retenidas a sus empleados y evaden los pagos de sus cargas patronales, cargándole a la institución enormes pérdidas y a los pobres empleados la molestia de no ser atendidos sin que se les cobren los servicios prestados. Esto, sin considerar el enorme daño propinado a su futura pensión.
Le siguen algunos funcionarios administrativos que dan mal servicio a los usuarios como si se tratara de pedir limosna o como si fueran los dueños y nos prestaran un favor gratuito.
Por último un enemigo silencioso y en apariencia poco dañino, es la práctica de los usuarios que hacen uso desmedido y abusivo de las incapacidades.
Hay gente que ante el mínimo dolor de pestañas, se apersona a las clínicas y hospitales y con capacidad actoral, confunde y compra incapacidades para ir de viaje, reponer la resaca del fin de semana o simplemente quedarse en casa disfrutando de un partido de futbol.
Sin pretender recetar la pomada canaria para los males de la Caja, creo que, al acabar con los biombos, con la morosidad y con el abuso en las incapacidades; podríamos rescatar a este sistema de seguridad social, orgullo costarricense, emulado hasta por las potencias y dignificado por gente como don Francisco Prado, en quien se reflejan auténticos valores costarricenses.