Como cualquier obispo que tiene su momento de marcharse, el Papa ha decidido hacer lo mismo. No han faltado voces fatalistas y mentes imaginativas. Las razones y la evidencia nos dice que se retira a una vida de paz y relativa tranquilidad por un tema que resulta a ojos vista evidente: ancianidad, enfermedad y desgaste de una labor que es mas compleja que andar inventando historia a la manera de Dan Brown.
El Código de Derecho Canónico es muy claro y deja al Papa la posibilidad de la renuncia. Ni siquiera indica razones. Solamente dice que procede la renuncia si se realiza de modo libre y manifiesto. Agrega otra cosa: nadie la ha de aceptar.
Hace casi tres años en la entrevista publicada bajo el título “Luz del mundo”, un periodista alemán le consulta al Papa acerca de si ve viable la renuncia de un obispo de Roma. Benedicto XVI solo dice: claro que si y, en ocasiones y por razones de importancia, podría ser derecho y hasta deber esa renuncia. De ninguna manera ha sido, entonces, sorpresivo. Aunque la época del año en que se da y el contexto presente de Año de la Fe sí podría ser considerado como sorprendente.
Ahora queda prepararse para el día 28 y el inicio del cónclave en el que algo mas de cien cardenales electores deben decidir sobre aquel que sucederá a Pedro y que tendrá que enfrentar retos nuevos que, como se sabe, los impone al Papa la época y la vida interna misma de la Iglesia.
No siendo el único Papa que ha renunciado en la historia de la Iglesia, ciertamente, le aguarda al Benedicto XVI, una vez que deje la Sede de Pedro, una época final de su vida haciendo lo que siempre ha constituido su pasión y que, como es claro, había tenido que dejar de lado luego de su elección como Romano Pontífice: leer, escribir, estudiar y disfrutar de la música que ama e interpreta.
Reducir los comentarios acerca de la renuncia papal a “dimes y diretes”, juegos de poder y corruptelas baratas es entender bien poco de lo que la Iglesia es en cuanto misterio. Limitarse a suponer la mala fe de todo mundo en el orbe católico es, en el menor de los casos, un osado juicio de valor que insulta, agrede y es, a todas luces, al menos, injusto e ingenuamente simplista.
Lo que se viene es, como ha ocurrido tantas veces, una ocasión para que el Espíritu Santo se luzca a pesar de los defectos y pocas luces humanas. El Papa nos ha llamado a vivir esta cuaresma con ánimo de coherencia, sin hipocresías y creciendo en la unidad y la lealtad. Lo que nos resta a todos es se consecuentes con este ideal.