Sábado, 21 Agosto 2010 05:17

Los helados

Bill Millin, el Gaitero Bill, fue el último gaitero que encabezó una tropa escocesa en una batalla, y eso ocurrió el 6 de Junio de 1944, día del desembarco aliado en Normandía durante la segunda guerra mundial.
Aunque era una tradición centenaria que los escoceses entraran a cada batalla encabezadas por el gaitero de su clan interpretando sus tonadas tradicionales, esto se prohibió a principios del siglo 20, pues la guerra moderna lo hacía demasiado peligroso.
Sin embargo, Lord Simon Lovat, aristócrata escocés, jefe hereditario del clan Fraser y coronel de los comandos escoceses, nunca pensó que esa prohibición inglesa se aplicara a su gaitero personal Bill Millin, y se lo llevó a lo que la historia recuerda como El día D.
Así que de las decenas de miles de estadounidenses, canadienses, británicos y franceses que desembarcaron ese día, el Gaitero Bill era el único que vestía falda escocesa, y por supuesto, el único que tocaba una gaita.
Apenas saltó de la lancha de desembarco, Bill empezó a tocar El muchacho de las tierras altas, una canción tradicional, lo que le pareció muy bien a su comandante.
y así relató Bill lo que pasó después
“…cuando terminé esa pieza, Lovat me pidió otra canción. Había ruido, gente gritando por todos lados, humo y bombas que caían. Yo me dije: “¿me está tomando el pelo?” Pero él me escuchó y me respondió “¿Qué dijiste? y siguió “¿te molestaría tocar otra pieza?” “¿Que le gustaría escuchar señor? “¿qué tal “El camino a las islas?” “Ah, ¿y quiere usted que yo me pasee, señor? “Si, estaría bueno, paséate por la playa”
Así que por increíble que parezca, el Gaitero Bill tocó paseándose por la playa, mientras a su lado caían las bombas y morían sus compañeros.
Y siguió tocando y animando a los comandos escoceses cuando salieron de la playa, tomaron las posiciones alemanas, y siguieron tierra adentro, dejando con la boca abierta a aliados y enemigos.
Incluso tocaba cuando cruzaron un puente bajo fuego de francotiradores, en una escena que fue llevada al cine en un clásico de las películas de guerra.
Y la semana pasada, ese joven que un día desafió a la muerte animando a otros con su música, falleció a los 88 años,
En Francia le recuerdan con cariño, sobre todo los que eran niños durante la guerra y le vieron pasar vestido en su falda escocesa y poniendo una nota de alegría en lo que fue justamente ,el día más largo del siglo.
Los helados llegaron a Costa Rica hace un siglo y medio,
Ya en 1858, al año siguiente de la campaña nacional contra los filibusteros, el industrioso panadero alemán don Julián Carmiol, anunciaba helados a la venta:
“cada domingo de la una hasta las tres de la tarde, por mayor y menor. Los otros días se despachan solo encargos de 3 pesos para arriba, a cualquier hora del día y
de la noche”.
Cuando el presidente don Juanito Mora, a Rivas, Nicaragua, fue recibido con gran pompa y con la presencia de barcos de guerra ingleses y franceses. Su sobrino, don Manuel Argüello Mora relató:
“Rivas estuvo de gala una semana. En sus calles solo se veían ricos uniformes franceses, ingleses y costarricenses. El almirante hizo traer a tierra cien kilos de hielo, cuya mitad la obsequió a Mora; éste a su vez regaló pequeñas porciones a los principales vecinos de Rivas, lo que produjo un gran asombro, pues el hielo en aquella fecha era desconocido en Nicaragua”.
Los helados habían sido siempre un privilegio de una minoría, y ya el emperador romano Julio César disfrutaba con sorbetes helados que le fabricaban con hielo traído desde los Alpes hasta Roma.
Pero ya en la exposición Universal de 1863 en París, se vio como gran novedad una máquina que podría fabricar grandes cantidades de hielo.
Sin embargo, gracias a esos industriosos inmigrantes europeos, en Costa Rica se vendían helados desde 12 años antes, pues en un anuncio aparecido en el semanario “El Costa-Ricense”(sí, se escribía separado) del 14 de noviembre de 1846, se comentaba:
 Monsieur Ville-neuve ha hecho un servicio muy importante a todos los pueblos, con su feliz invención de congelar el agua instantáneamente en todas las estaciones y temperaturas.
No solo satisface el gusto de todas las naciones por los nevados, sino que ofrece a la humanidad el poderoso recurso de la nieve en muchas enfermedades, para cuya curación en un tiempo era preciso renunciar de este medio terapéutico.
La nieve en algunos lugares se ha rematado como ramo de rentas municipales, pero en lo sucesivo todas las casas de personas acomodadas se convertirán en neverías, puesto que el aparato anunciado no es de un precio muy subido.
Así, pocos años después de la exposición Universal de París, la novedosa tecnología del hielo artificial ya era común en nuestro país y desde su establecimiento cercano a la estación del ferrocarril al Atlántico, en el actual barrio La California, don Julián Carmiol anunciaba al público en la Gaceta Oficial del 20 de diciembre de 1873:
“se sirve a toda hora del día cerveza, vino y fresco, todo bien frío.”
Recopilación de Luko Hilje Quirós
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