Ya huele a Navidad, y, generalmente, este aroma lo asociamos con alegría, ilusión y festividad; sin embargo, aunque parezca contradictorio, y, por qué no, hasta inhumano, la verdad es que en esta época navideña también, en muchos corazones, y por las más diversas razones, se aviva el dolor, la nostalgia, la depresión y la desesperanza a raíz de las necesidades materiales, o, aún más lamentable, espirituales, que subsisten en sus almas.
Aunque muchas veces no somos conscientes de esto, habrá quienes, en esta Navidad, y quizás de la misma forma que en las pa¬sadas, sumidos en la más extrema pobreza, verán y sentirán, en carne propia, como no cuentan con un techo digno que los proteja, con ropa adecuada que los abrigue, con el alimento necesa¬rio para su sobrevivencia, un trabajo justo que les facilite una mejor vida, y, ante to¬do, una mano solidaria que siembre, en sus agobiados corazones, una pequeña semilla de aliento en esta simbólica época.
Algunas, y algunos, tendrán que vivir, esa característica algarabía navideña, detrás de los implacables y sombríos barrotes de una cárcel, o rodeados por las angustiantes y solitarias paredes de un asilo, orfelinato u hospital.
Habrá quien, en medio de la convivencia de una sociedad supuesta¬mente hermanada, en esta Navidad, se sentará a la mesa solo, sin más compañía que los recuerdos y la tristeza.
Tal vez lejos, o muy cerca de nosotros, está aquel enfermo de SIDA lamentando el rechazo de sus propios padres, parientes o amigos; el indi¬gente recibiendo la burla y el desprecio de quienes se hacen llamar sus semejantes; el niño prostituido, explotado laboralmente, agredido o abandonado, al cual se le han hurtado, descaradamente, los sueños y las espe¬ranzas; aquella mujer que, por ignorancia, miedo, o el mismo amor a sus hijos, soportan los latigazos de la agresión bajo la mirada de una pasiva sociedad; o el padre o la madre pobres, ante el tortuoso hecho de tener que explicarles a sus hijos el porqué ellos no reciben un regalo en Na¬vidad, o porqué es menos bonito que el de otros niños.
Quizás, como creen algunos, no se puede hacer mucho por esa gente que sufre en Navidad pues, sus circunstancias, son referentes normales de una vida teñida por aspectos positivos y negativos.
No obstante, esto nos debe servir de aliciente para estar atentos a esa “pasión social” de nuestro prójimo, y tratar de solventar, en parte, sus necesidades físicas, emocio¬nales y espirituales, mediante, por ejemplo, una visita, una muestra de comprensión, un abrazo, una sonrisa, un gesto de cariño, una palabra de aliento, un compartir sincero, o una buena dosis de respeto.
Pues estas personas al ser también nuestras hermanas y nuestros hermanos, merecen que los ayude¬mos acorde con ese sagrado mandamiento que nos llama a amar a nuestro prójimo, para que, de esta manera, en este tiempo navideño, y en los futuros, de sus rostros, y de los nuestros, broten, poco a poco, destellos de go¬zo, paz, esperanza y solidaridad.