¡Ya comienza a palpitar la Navidad! Casas y centros comerciales decorados, anuncios publicitarios, algún que otro portal ya colocado y el incremento de venta de tamales, son solamente algunas de las manifestaciones que nos anuncian que ese tiempo de amor, ayuda y solidaridad está a la vuelta de la esquina.
Por lo menos esos atributos eran asumidos así hasta hace poco tiempo, cuando la Navidad significaba una época de reconciliación, de unión, solidaridad, caridad y amor al prójimo; una época en donde ese milagro de humanidad llamado Jesucristo nos recordaba que la felicidad está en la entrega y el servicio.
Mas, lamentablemente, durante los últimos años nuestra sociedad ha sufrido un proceso de indiferencia ante lo que significa, verdaderamente, la Navidad. Hoy, para muchos, la Navidad representa consumismo, es, exclusivamente, una decoración en cuanto lugar se pueda, es comprar para regalar, esperar solamente recibir, es despilfarrar hasta lo que no se tiene o enfrascarse en un tiempo de bebidas, excesos y parrandas.
Estos ejemplos son consecuencia de ese consumismo exagerado que corroe las entrañas de nuestra sociedad, un consumismo que para subsistir necesita erradicar todo comportamiento de solidaridad y empatía en las personas.
Ante esto, sería conveniente que aprovechemos esta nueva época que se nos está regalando para volver a hacer de la Navidad un tiempo de alegría y de entrega a los demás; volver a encontrar la felicidad en el reencuentro con nuestros seres queridos.
Si tenemos el privilegio de gozar una nueva venida simbólica del Hijo de Dios, démosle la bienvenida ayudando al que menos tiene, al que requiere una visita por estar abandonado en algún asilo u ofreciendo una sonrisa o un abrazo a quien lo necesite.
No nos compliquemos la vida en solamente dar lo material; no olvidemos que el afecto, la atención, la ayuda o la compañía son más baratas y más gratificantes.
Basta contemplar con detalle un nacimiento, en donde se nos muestra un Dios, quien a pesar de la dureza de nuestro corazón, se ha hecho niño para mostrarnos el camino de la verdadera felicidad, y cumplir su promesa de redención.
Luego nos podemos fijar en los protagonistas de este misterio: a San José improvisando una cuna en un pesebre, a la Virgen María alimentando, arropando y cantándole a Jesús, a los pastores adorándolo y entregándole sus presentes… y, si imaginamos el personaje que querríamos ser, podríamos descubrir el verdadero sentido con el cual tenemos que vivir el misterio de la Navidad.
Por eso, tratemos de que no se nos pierda el verdadero sentido de la Navidad, pero esto dependerá solamente de nuestra capacidad de vivirla en plenitud imitando en nuestras casas el hogar de la Sagrada Familia, y de que así sea asimilado por todos, en especial los más pequeños, para que mañana se lo trasmitan a las próximas generaciones.
Aprovechemos para desearnos en esta época un saludo que vaya más allá de un insípido “felices fiestas”, para transformarlo es un férreo FELIZ NAVIDAD, pero de verdad, con espíritu, y con el deseo vehemente de que perdure todo el año.