En el camino hacia el perfeccionamiento de la democracia como un efectivo factor de convivencia social, el diálogo se impone como atributo esencial de la acción política. Esto es, cultivar el hábito de escuchar y ser escuchado; de debatir y proponer; de aprender y acordar; de argumentar y negociar.
En este sentido, hoy la política democrática debe hacerse argumentada, pues el diálogo nos permite conocer mejor las propuestas y los programas expuestos, valorar las visiones y necesidades del país, comprender y practicar proactivamente la política, ostentar un espacio para exponer razones y llegar a consensos con los opositores para llevar a cabo un sano intercambio de opiniones.
Sin duda, la democracia debe ser un ejercicio de tolerancia, inteligencia y lucidez. Por eso, en el diálogo democrático las mejores opiniones no son aquellas que se pronuncian más alto o se repiten más veces, sino las que nacen de ideas y reflexiones que proponen, corrigen, enriquecen, colaboran, y convencen apelando a la razón.
Pues en el sistema democrático no se necesita gritar para hacerse escuchar, o imponerse para hacerse sentir, en la democracia el diálogo es el fundamento para negociar, generar consensos, acordar nuestros desacuerdos y administrar los conflictos.
El asunto no se sujeta a partir de un simple “borrón y cuenta nueva”; por el contrario, constituye un cambio de actitud por el cual se comprenda que estos son nuevos tiempos en donde la política democrática también es el arte de buscar acuerdos mediante el diálogo.
No obstante, el diálogo posee sus propias leyes. En primer lugar amerita una enorme capacidad para ser un interlocutor válido. En segundo, que se establezcan los formatos adecuados para que el lenguaje común que requiere un diálogo no se convierta en monólogo. En tercero, que se determinen los acuerdos sustanciales a los que se quiere llegar, y sus posibles efectos. Finalmente, en que los acuerdos no se conviertan solamente en letra o palabras muertas.
Lo importante es que ante la falta de claridad, el diálogo resulta ser el mejor instrumento de conciliación, porque cuando la confrontación, o las actitudes del “todo o nada” remplazan al diálogo, no se llega a ningún lado.
Hay muestras en nuestro país que indican que el camino es hacia delante, sin dejar de ver atrás para aprender, pero vislumbrando el futuro. La improvisación, mecanismo ya general en el accionar político nacional, tiene que dar paso a la comprensión del antes y del después, para forjar el presente.
Quienes consideran que las circunstancias siguen, y podrían seguir igual, están condenados a vivir en el error. Evidentemente, debemos apostar a la fortaleza; a las propuestas, no a las ofensas o las revueltas sociales; a las acciones, no a las excusas.
A todas luces, el triunfo de la democracia, bajo un claro sentido de diálogo prudente, sensible, inteligente y con visión de futuro, se debe definir ahora. En hora buena doña Laura Chinchilla está dando muestras efectivas de que el diálogo con sus oponentes, con los diversos grupos sociales y con sus miembros de partido es la táctica, la estrategia, la vía, la concepción y el compromiso por seguir rumbo al progreso democrático de nuestra Nación.
Ojala doña Laura siga apostando a esta visión de diálogo como una constante de la futura administración presidencial, sin duda, todos podríamos beneficiarnos de ello.