A todos nos ha impactado profundamente el lamentable suceso sufrido por el señor Christopher Lang Arce, quien – como muchos otros ciudadanos – ha debido pagar con su vida la acción irresponsable de personas inescrupulosas que toman un volante en estado de ebriedad.
Es muy triste que una persona joven, saludable y con un futuro promisorio sufra este tipo de circunstancias, que lejos de ser de un “accidente” más en nuestras carreteras lo convierte en una víctima fatal del irrespeto a la normativa y a los valores de convivencia social.
Lamentable también, por el hecho de que el señor Lang se encontraba en una ruta que por su particularidad vial la Ley de Tránsito prohíbe el paso de ciclistas, lo cual nos evidencia que consciente o inconscientemente muchos ciclistas que han pasado por circunstancias similares han sido corresponsables de su propia tragedia.
Como dice mi señora madre, “quien busca el peligro en él perece”, y realmente es tan cierta esta afirmación que muchas veces ni siquiera nos ponemos a meditar acerca del comportamiento humano en las carreteras, muchas veces irresponsable en grado sumo, de manera que más que un asunto de ley, es también de actitud hacia la vida.
Decía la conductora que me hizo un servicio de taxi, el otro día, que el problema actualmente no está en si las multas por infringir la Ley de Tránsito tienen que ser de esta u otra forma, tampoco en si los Diputados o el Gobierno tienen claro lo que quieren con las reformas a la actual Ley. Para ella, el problema está en la actitud humana.
Y francamente en esto no hemos meditado a conciencia. Las críticas, que son válidas desde luego, se direccionan hacia otros frentes, incluyendo a las autoridades políticas, pero también debemos pensar en nuestra actitud, porque no se trata solamente de un tipo de multa, también de educarnos y de sensibilizarnos en nuestras relaciones sociales.
Podemos llegar a tener la mejor ley de tránsito y el mejor sistema de multas, pero si no hacemos un alto en el camino y pensamos concientemente sobre la responsabilidad que tenemos hacia los demás, y con nosotros mismos, con absoluto respeto, solidaridad y amor – aunque suene trillado esto último - las regulaciones de tránsito perderán su verdadero norte.