Todos los casos que he visto me han tocado pero hubo una niña que me hizo realmente reflexionar. Ante la pregunta sobre ¿cuál es su sueño de navidad?, con la sencillez que solo el ser niño da, respondió que su sueño navideño era “comer pollo”. Así de simple, así de crudo, así de doloroso.
¿Cómo dimensionar el tamaño de un sueño? ¿Cómo poder adentrarse en el sentimiento de esa niña condenada a una silla de ruedas por su discapacidad y con un único deseo por comer un pedazo de pollo? ¿Cómo entender que mientras unos niños tienen por sueño un viaje al exterior, una computadora, una tableta o una consola de video; otros simplemente sueñan con comer? Es esa la Costa Rica que usted quiere? ¿Es esa la Costa Rica feliz? ¿Es esa la Costa Rica que queremos heredar a nuestros hijos?
El costarricense promedio ha cambiado. Hemos ido copiando cosas no tan buenas de la gran potencia del norte. Quisiera que imitáramos a Estados Unidos en infraestructura vial, en la limpieza de sus ciudades, en la tenencia de universidades de primer mundo, en ambición deportiva, en madurez de la democracia y en disciplina en el pago de impuestos. Duele ver que hasta ahora solo somos capaces de imitar el viernes negro; con sus trasnochadas a la puerta de una tienda para llenar nuestra casa de cosas que no necesitamos, que compramos con el dinero que no tenemos y que muy posiblemente solo satisfagan -por un rato- el ego consumista y la avasalladora sed de tener por encima del ser.
La cultura del consumo de alcohol para estas épocas y siempre, el afán despilfarrador de todos los recursos que suelen llegar por estos días, la poca o nula educación financiera y ante todo, la pérdida de sensibilidad, son las pesadillas en las que los sueños de navidad se han convertido para muchos.
Sueño en esta navidad con un país más enfocado en construir el futuro que en crear bonos y subsidios estatales para todo; sueño con una democracia que nos haga resistirnos de seguir llevando a la Asamblea Legislativa personajes poco representativos de la identidad costarricense y con desequilibrios morales y mentales tan serios como los que hoy tenemos; sueño una Navidad menos alcoholizada, menos consumista, menos violenta, más reflexiva sobre valores familiares y tradiciones autóctonas; sueño con un país de gente joven decidida a tomar de una vez y para siempre el camino del máximo y no del mínimo esfuerzo; sigo soñando con que los liderazgos políticos que el país necesita emerjan no de chequeras que equiparan los procesos electorales con la compra de un electrodoméstico cualquiera.
Por eso yo sueño para esta Navidad y para el nuevo año con estos, que son sueños grandes. Y para usted…¿de qué tamaño son los sueños de su Navidad?
Comentario de Alexander Hernández Camacho