Ante esa nota periodística, no pude menos que pensar, que esa acción de ese cuerpo directivo, se quedó a medias pues si bien es cierto, que los invitados gerentes a renunciar, tenían una gran responsabilidad de los desmanes que se han destapado, recientemente y aún más atrás en el tiempo en esa importante institución social.
Sin embargo, no menos cierto, es que mayor o, por lo menos, igual grado de responsabilidad, tienen todos y cada uno de los integrantes de esa junta directiva pues estaban y están obligados legal y moralmente, a velar con gran celo una de las instituciones más estratégicas de la paz social de Costa Rica.
Dado lo anterior, todos y cada uno de esas personas que integran ese cuerpo directivo de la Caja, debieron también a haber presentado sus respectivas cartas de renuncia a la señora Presidente de la República.
Y es que eso no podría ser de otra forma, simplemente, por vergüenza con el pueblo costarricense y con la misma mandataria, por haber aceptado responsabilidades vitales para la paz social del país y buena fama del gobierno y no haber hecho mayor cosa para cumplir con tan delicadas responsabilidades.
En el pasado, la vergüenza y el respeto por uno mismo, eran cosa de todos los días y cuando alguien aún sin querer y mucho menos proponérselo, había incumplido con alguno de sus obligaciones, simplemente, con humildad reconocía su error y limitaciones profesionales y humanas para continuar en el cargo y sin que nadie le pidiera que renunciara, lo hacía porque le quedaba algo de respeto por sí mismo y hacia quienes le había confiado una tarea que no había sabido o podido cumplir.
Pero esas acciones eran de otros tiempos, de otra madera de personas. Hoy, desafortunadamente, la cosa es muy distinta y las personas, piensan y actúan muy pero muy diferente y se aprovechan de las circunstancias de poder, para que el hilo se rompa por lo más delgado.