Jueves, 15 Septiembre 2011 05:31

Tenemos poco tiempo para construir la nueva independencia…

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Nuestra independencia se gestó hace 190 años,  sobre la base de una frase que quedó plasmada en los mismos documentos oficiales y que invitaban a “esperar que se aclaren los nublados del día”.  Esta frase, dicho sea de paso, nos marcó en nuestra idiosincrasia para bien pero también para mal.  Hace casi dos siglos, nuestros antepasados decidieron soñar con una patria independiente y libre y optaron hacerlo de forma pacífica,  lo cual resultó ser una decisión de sabiduría y que además debemos preservar.
¿Qué clase de país seríamos sin esas bases?  ¿Qué sería de nosotros si hubiésemos permitido que los dictadores y asesinos se apropiaran del poder con las armas y bajo componendas torcidas, como lo vemos aun hoy en algunos países vecinos? ¿Qué hubiera sido de la independencia proclamada si José María Castro Madriz no hubiera dado el paso de convertirnos en República, apenas 27 años después de proclamada la independencia?
Ha corrido mucha agua bajo el puente y los tiempos han cambiado. Las coyunturas políticas, sociales y de comunicación son otras.  Los liderazgos han caído y lamentablemente visionarios como los de ayer, no es precisamente lo que más abunda en nuestra patria de hoy.
Si las sociedades han evolucionado y el mundo globalizado en que vivimos exige que el desarrollo de las naciones se imponga sobre los intereses particulares; ¿Dónde, cuándo y cómo fue que perdimos la capacidad de elegir visionarios para elegir incompetentes? ¿En qué momento la patria ha quedado subordinada a un grupúsculo que la desangra cada día sin el más mínimo de los remordimientos?  ¿Será acaso que los nublados del día han terminado por nublar el entendimiento y la razón? ¿Será que esa marca idiosincrática nos ha carcomido hasta en nuestra dignidad y amor propio? ¿Será que estamos drogados de tanta democracia o que la hemos prostituido?
Con pesar he de advertir que la libertad proclamada en 1821 está enferma y se impone el reto urgente de su reconstrucción y salvación.  Si continuamos en esta espera, corremos el grave peligro de no ver el amanecer a dos siglos de vida independiente, lo que significa que nos queda un tiempo muy pero muy corto.
Hace unos años, en este mismo espacio y en esta misma fecha,  recordaba yo a José Martí, diciendo que “la patria es dicha de todos y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie”
Los tiempos actuales no son buenos en la cosecha de los valores cívicos. La violencia social, la inacción de las ideas, el olvido de nuestros orígenes, la filosofía del mínimo esfuerzo, el facilismo y la corrupción, tienen secuestrada nuestra libertad. Por eso, se impone la construcción de la nueva independencia, que nos haga no solo llegar a la celebración del bicentenario en apenas 10 años, sino que nos lance a la conquista de un nuevo modelo social, en el que todos entendamos que nuestra independencia también es dicha de todos y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie”.
Nuestra independencia se gestó hace 190 años,  sobre la base de una frase que quedó plasmada en los mismos documentos oficiales y que invitaban a “esperar que se aclaren los nublados del día”.  Esta frase, dicho sea de paso, nos marcó en nuestra idiosincrasia para bien pero también para mal.  Hace casi dos siglos, nuestros antepasados decidieron soñar con una patria independiente y libre y optaron hacerlo de forma pacífica,  lo cual resultó ser una decisión de sabiduría y que además debemos preservar.
¿Qué clase de país seríamos sin esas bases?  ¿Qué sería de nosotros si hubiésemos permitido que los dictadores y asesinos se apropiaran del poder con las armas y bajo componendas torcidas, como lo vemos aun hoy en algunos países vecinos? ¿Qué hubiera sido de la independencia proclamada si José María Castro Madriz no hubiera dado el paso de convertirnos en República, apenas 27 años después de proclamada la independencia?
Ha corrido mucha agua bajo el puente y los tiempos han cambiado. Las coyunturas políticas, sociales y de comunicación son otras.  Los liderazgos han caído y lamentablemente visionarios como los de ayer, no es precisamente lo que más abunda en nuestra patria de hoy.
Si las sociedades han evolucionado y el mundo globalizado en que vivimos exige que el desarrollo de las naciones se imponga sobre los intereses particulares; ¿Dónde, cuándo y cómo fue que perdimos la capacidad de elegir visionarios para elegir incompetentes? ¿En qué momento la patria ha quedado subordinada a un grupúsculo que la desangra cada día sin el más mínimo de los remordimientos?  ¿Será acaso que los nublados del día han terminado por nublar el entendimiento y la razón? ¿Será que esa marca idiosincrática nos ha carcomido hasta en nuestra dignidad y amor propio? ¿Será que estamos drogados de tanta democracia o que la hemos prostituido?
Con pesar he de advertir que la libertad proclamada en 1821 está enferma y se impone el reto urgente de su reconstrucción y salvación.  Si continuamos en esta espera, corremos el grave peligro de no ver el amanecer a dos siglos de vida independiente, lo que significa que nos queda un tiempo muy pero muy corto.
Hace unos años, en este mismo espacio y en esta misma fecha,  recordaba yo a José Martí, diciendo que “la patria es dicha de todos y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie”
Los tiempos actuales no son buenos en la cosecha de los valores cívicos. La violencia social, la inacción de las ideas, el olvido de nuestros orígenes, la filosofía del mínimo esfuerzo, el facilismo y la corrupción, tienen secuestrada nuestra libertad. Por eso, se impone la construcción de la nueva independencia, que nos haga no solo llegar a la celebración del bicentenario en apenas 10 años, sino que nos lance a la conquista de un nuevo modelo social, en el que todos entendamos que nuestra independencia también es dicha de todos y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie”.