Sábado, 17 Septiembre 2011 07:54

¡El privilegio de educar!

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A partir de mi experiencia como docente universitario, tanto en centros educativos públicos como privados, siempre he considerado que los educadores somos seres privilegiados, pues somos partícipes directos en la construcción no solo de la cultura, sino también de la manera en cómo los alumnos van generando diferentes perspectivas con las cuales interpretar este mundo e integrarse a él dentro de un orden de sana convivencia. Pese a esta trascendental y noble misión del educador, es lamentable constatar que hoy la conciencia de muchos profesores respecto de su compromiso social ha pasado a ser, además de una pieza de museo, un componente del cual se reniega. Cómo es posible que ciertos educadores renieguen de su sagrada misión de facilitar conocimientos, aboquen su desempeño académico solamente al propósito de adquirir algún beneficio económico, vuelvan su clase un claustro de presión y aburrimiento con métodos de enseñanza memorísticos y obsoletos o no han tomen conciencia de que en sus manos se está forjando el futuro de la patria.
Por ello es fundamental establecer una orientación diferente en el ámbito educativo que incorpore una comprensión más productiva de la enseñanza y el estudio, de ahí que  cuando se es docente, o cuando se pretende serlo, sería fundamental preguntarse ¿cuál es el objetivo de las reformas educativas por plantear?, ¿qué tipos de personas son las que deseamos ver surgir de los diferentes recintos educativos?, ¿cuáles podrían ser los resultados cuando brindamos una adecuada enseñanza?, ¿cómo asumir la responsabilidad del rol social que implica la enseñanza?, o ¿si estamos en la capacidad de asumir los sacrificios de tiempo y esfuerzo que implica el proceso de enseñanza?, pues en la medida en que seamos conscientes de qué y cómo se enseña, se puede tener un efecto más directo y positivo en el logro y aprendizaje de los alumnos.
Nadie que se jacte de amar y respetar la enseñanza puede hacer caso omiso del gran valor de la educación como fenómeno social, no sólo por su fin de integrar, idóneamente, a los educandos a la sociedad, sino también porque aporta con su ejercicio a la conformación de la realidad cultural de los distintos grupos humanos. Por ello, el incentivo no debería ser lo remunerado, sino el fomentar el desarrollo de competencias que mejoren sus habilidades de aprendizaje.
Entonces nuestra misión ha de ser la de contribuir al crecimiento de alumnos y alumnas desde los espacios estructurados para la enseñanza sistemática y el desarrollo integral de las personas al incorporar sus dimensiones biológicas, afectivas, cognitivas, sociales y morales. Nuestra función debe ser la de mediar y asistir en el proceso por el cual los educandos desarrollen sus conocimientos, capacidades, destrezas, actitudes y valores, en el marco de un comportamiento que respeta a otros y respeta los derechos individuales y sociales con el fin de generar procesos de reflexión en donde el estudiante, al estilo socrático, se pregunte y busque sus propias respuestas en torno a una realidad en constante trasformación.
Porque en un mundo cada vez más vacío de espíritu y empeño; frente a una realidad cada vez más hostil con la solidaridad y el compromiso con los demás y frente a un sistema educativo extraviado en el individualismo y la instrumentalización, el llamado que debe imperar es el de rescatar a los humanos que están detrás de cada alumno y de cada docente, para devolverle el control soberano sobre su existencia en el ámbito intelectual y espiritual. De lo que se trata es de ir más allá del contenido para trascender con el fin de enfocarse e invertir más en el capital humano. Por ello, en esta época, al docente ya no se le puede ver como el poseedor absoluto de los conocimientos, este debe ser un compañero que también busque motivarse,  activa, conjunta y democráticamente con los estudiantes, para generar un constructivo ambiente de enseñanza y aprendizaje mediante la retroalimentación generada dentro del aula, para formar a esas mujeres y a esos hombres quienes sean capaces de responderle, positivamente, a este país que les ha brindado la gran oportunidad de educarse.
A partir de mi experiencia como docente universitario, tanto en centros educativos públicos como privados, siempre he considerado que los educadores somos seres privilegiados, pues somos partícipes directos en la construcción no solo de la cultura, sino también de la manera en cómo los alumnos van generando diferentes perspectivas con las cuales interpretar este mundo e integrarse a él dentro de un orden de sana convivencia.
Pese a esta trascendental y noble misión del educador, es lamentable constatar que hoy la conciencia de muchos profesores respecto de su compromiso social ha pasado a ser, además de una pieza de museo, un componente del cual se reniega. Cómo es posible que ciertos educadores renieguen de su sagrada misión de facilitar conocimientos, aboquen su desempeño académico solamente al propósito de adquirir algún beneficio económico, vuelvan su clase un claustro de presión y aburrimiento con métodos de enseñanza memorísticos y obsoletos o no han tomen conciencia de que en sus manos se está forjando el futuro de la patria.
Por ello es fundamental establecer una orientación diferente en el ámbito educativo que incorpore una comprensión más productiva de la enseñanza y el estudio, de ahí que  cuando se es docente, o cuando se pretende serlo, sería fundamental preguntarse ¿cuál es el objetivo de las reformas educativas por plantear?, ¿qué tipos de personas son las que deseamos ver surgir de los diferentes recintos educativos?, ¿cuáles podrían ser los resultados cuando brindamos una adecuada enseñanza?, ¿cómo asumir la responsabilidad del rol social que implica la enseñanza?, o ¿si estamos en la capacidad de asumir los sacrificios de tiempo y esfuerzo que implica el proceso de enseñanza?, pues en la medida en que seamos conscientes de qué y cómo se enseña, se puede tener un efecto más directo y positivo en el logro y aprendizaje de los alumnos.
Nadie que se jacte de amar y respetar la enseñanza puede hacer caso omiso del gran valor de la educación como fenómeno social, no sólo por su fin de integrar, idóneamente, a los educandos a la sociedad, sino también porque aporta con su ejercicio a la conformación de la realidad cultural de los distintos grupos humanos. Por ello, el incentivo no debería ser lo remunerado, sino el fomentar el desarrollo de competencias que mejoren sus habilidades de aprendizaje.
Entonces nuestra misión ha de ser la de contribuir al crecimiento de alumnos y alumnas desde los espacios estructurados para la enseñanza sistemática y el desarrollo integral de las personas al incorporar sus dimensiones biológicas, afectivas, cognitivas, sociales y morales. Nuestra función debe ser la de mediar y asistir en el proceso por el cual los educandos desarrollen sus conocimientos, capacidades, destrezas, actitudes y valores, en el marco de un comportamiento que respeta a otros y respeta los derechos individuales y sociales con el fin de generar procesos de reflexión en donde el estudiante, al estilo socrático, se pregunte y busque sus propias respuestas en torno a una realidad en constante trasformación.
Porque en un mundo cada vez más vacío de espíritu y empeño; frente a una realidad cada vez más hostil con la solidaridad y el compromiso con los demás y frente a un sistema educativo extraviado en el individualismo y la instrumentalización, el llamado que debe imperar es el de rescatar a los humanos que están detrás de cada alumno y de cada docente, para devolverle el control soberano sobre su existencia en el ámbito intelectual y espiritual. De lo que se trata es de ir más allá del contenido para trascender con el fin de enfocarse e invertir más en el capital humano. Por ello, en esta época, al docente ya no se le puede ver como el poseedor absoluto de los conocimientos, este debe ser un compañero que también busque motivarse,  activa, conjunta y democráticamente con los estudiantes, para generar un constructivo ambiente de enseñanza y aprendizaje mediante la retroalimentación generada dentro del aula, para formar a esas mujeres y a esos hombres quienes sean capaces de responderle, positivamente, a este país que les ha brindado la gran oportunidad de educarse.