Nunca tuvo tiempo para cuidar de su salud, para comer a su hora, para descansar ni recrearse. La vida fue pasando y un día se pensionó con una suma modesta que le exigió seguir haciendo camarones. Yo tengo el honor de ser su amigo.
Un día comenzó a tener dificultades para orinar, hasta que ya no pudo hacerlo. Le pusieron una sonda y le dieron unas pastillitas y lo enviaron para su casa. Rogó que lo viera un urólogo, pero la implacable e inhumana burocracia que no comprende las congojas y dolores de los adultos mayores, le cortó el paso con la vieja historia de las listas de espera inducidas para obligar a los pobres a morir de hambre o de enfermedad, obligándolos a pagar los servicios privados de salud.
Aterrado con la angustia de no saber si tenía cáncer de próstata, de su diminuta pensioncita y con alguna pequeña ayuda, pagó cincuenta mil colones por una cita privada de un urólogo del Hospital donde está inscrito, con la esperanza de que el médico lo iba a ayudar a beneficiarse con la medicina mixta por la que pagó toda su vida. Yo lo acompañé y fui testigo de una escena vergonzosa y desgarradora. El médico, un extranjero a quien le abrimos las puertas de nuestra hospitalidad, lo trató en forma despectiva y displicente, apenas disimulada por mi presencia en el consultorio.
Cuando Arturo, tímido y asustado, le dijo que su interés era beneficiarse de la medicina mixta, para que lo ayudara a continuar el tratamiento en el hospital, porque él era pobre y no tenía recursos para pagar los servicios médicos privados, lo miró con desprecio y frialdad criminales, y le dijo que la Caja tenía un problema de listas de espera en urología, que él no podía de ninguna manera saltarse. Que con mucho gusto lo seguiría viendo en su consultorio y si necesitaba una operación, alistara cinco millones para pagarla. Yo vi los ojos de angustia y de dolor de Arturo, ese médico desagradecido que nunca debió haber sido recibido en nuestra Patria, lo estaba condenando a muerte con una frialdad y una inhumanidad incompatibles con su juramento hipocrático.
Se me humedecieron los ojos pensado en los costarricenses humildes que mueren en las manos de quienes debieron salvarles sus vidas. Yo pediría a los medios de comunicación que un día, tocaran nuestro solemne Duelo de la Patria, en memoria de todos los ticos y ticas que pasaron sus vidas pagando las cuotas de la Caja Costarricense de Seguridad Social, para que un médico inhumano les imponga una lista de espera construida para obligarlos a pagar o morir. Que descansen esas víctimas, porque yo nunca podré descansar en paz ante esta injusticia.
Francisco Escobar Abarca
Arturo es un humilde trabajador que se pasó la vida laborando sin descanso, sin pausa ni vacaciones, durante toda su vida. Fue camionero que bajo la tormenta o a pleno sol, subía y bajaba pesadas cajas de botellas de refrescos por todo el país. Así crió a sus cuatro hijos, sin poder asistir a sus primeras comuniones, a sus graduaciones en la escuela, a sus fiestitas de cumpleaños ni a sus navidades.
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