Qué certeras palabras de este gran líder espiritual, en especial ante las incongruentes, absurdas, denigrantes, cínicas y humillantes discusiones que se viven, muchas veces, en nuestra Asamblea Legislativa por parte de quienes tienen la gran obligación, desde la óptica de la ética pública, de ser realmente los representantes del pueblo costarricense.
¡Cómo es posible que se haya permitido que un cargo de servicio público tan valioso se haya denigrado de tal manera!..., ¡cómo es posible que muchas de las personas quienes ostentan y llegan a dichas posiciones no comprendan la esencia de su envestidura!... Entonces, ¿dónde quedan los intereses del pueblo?, ¿y la sana democracia?, ¿y el juramento que hacen ante Dios y la Patria?...
¿Con qué tranquilidad llegarán a la casa muchos de ellos sabiendo que su actuar dista bastante de lo que es la ética en la función pública?, ¿con qué tranquilidad pueden vivir algunos de ellos si con sus acciones están deslegitimando nuestro sistema político-democrático?..., ¿o es que aquí aplica muy bien aquello de que mientras se tenga el poder se hace lo que me venga en gana?...
Es hora de una reflexión profunda por parte de los partidos políticos, de un análisis a conciencia de quienes están, o están aspirando, a un cargo público y de atención al pueblo de que no nos podemos mantener indiferentes ante las incongruencias de muchos de esos padres y esas madres de la Patria quienes violentan la sana democracia de nuestro país.
Por ello es hora de exigir que quienes lleguen a la Asamblea, más allá de los títulos académicos o de los cargos que han desempeñado, tengan el título y el cargo de la honestidad, la equidad, del sentido común, del diálogo, de la inteligencia práctica, del humanismo, la lógica, el respeto, la tolerancia, la congruencia, la responsabilidad y la eficiencia… Hoy, contundentemente, hay que hacer del deber ético en la función pública parte de una firme norma de vida si es que realmente interesa el progreso y el bienestar nacional.
Ahora bien, si son incapaces de realizar éticamente sus funciones, lo menos que se puede esperar es que, por voluntad propia, y por respeto al pueblo costarricense cuya protección y defensa les han sido asignadas, no aspiren a otros cargos públicos, o se retiren de ellos. Se trata, simplemente, de un asunto de dignidad y respeto a la Patria.
Expresaba San Juan Pablo Segundo que "hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de sus pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz".
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