El reciente recurso ante la Sala Cuarta contra el acto de consagración y de súplica de perdón que pronunciaron los presidentes de supremos poderes, en un contexto litúrgico, está a punto de convertirse en otro hito pintoresco tico.
Las reacciones ante este acto de naturaleza religiosa pronunciado en el marco de las celebraciones del 2 de agosto, ha generado todo tipo de excesivas reacciones en nuestro medio. Todos hemos sido testigos de ello: notas, columnas, pleitos en medios, debates y gritos. Como siempre en nuestra Tiquicia solo ha faltado una cosa: tranquilidad, reflexión y seriedad al opinar con cierta objetividad.
Lo que presencié fue un acto no demasiado pensado que llevó a tres personas de fe, en el marco de un acto oficial, a pronunciar una oración en la que, dada condición de país de tradición mayoritaria católica y sin la cual su historia no se comprende de manera alguna, presentaron una súplica y, de paso, reconocieron ante el dador de todo Bien que, de vez en cuando, quienes sirven al país no son como deben.
Eso es lo que vi. Así lo valoré aunque, ciertamente, para no dar leña al fuego, tal vez pudo hacerse diferente o, debido a la pesada atmósfera actual generada por las presiones diarias y en todos los frentes realizadas por “lobbys” anticatólicos, pudo haberse evitado el acto.
Pero el dato es que se hizo. Lo que resulta ahora verdaderamente merecedor de toda hilaridad es lo que se pretende en la Sala Cuarta.
Si ese recurso prospera habría que hacer, en el procedimiento adecuado, algo bien digno y sin demasiada polada tica para buscar la manera de que los magistrados y quien interpone el recurso se den a la tarea de dirigirse al Señor y decirle con toda tranquilidad y convicción: Oh Dios, hemos de decirte como mucha pena, dada tu Grandeza, que lo que dijeron los presidentes de los supremos poderes el día 2 de agosto era pura mentirilla. Borra de las consagraciones que se han pronunciado en la historia esas porque, en definitiva, ¡ya no!. Amén.
Yo creo que hemos de ponernos serios y aprender, como nos recordaba Tomás de Aquino a distinguir las cosas o, como nos aleccionaba Ignacio de Loyola, aprendamos a discernir como seres racionales y maduros.
Estamos sumidos en una gigante crisis nacional en todos los sentidos como para andar en estas cosas que algunos desean hacer aparecer como si fueran de vida o muerte, casi como un golpe de Estado y que, en realidad, entendamos que lo de Cartago, ciertamente, fue un acto religioso de personas que dicen creer y punto. Lo demás son exageraciones a la tica.