La fila no avanzaba con rapidez. Cuando ya casi nos tocaba el turno de entrar a realizar el trámite, un funcionario, -a voz fuerte para que le oyera- le indicó a la madre que podía entrar a sacar su licencia "saltándose" el resto de la fila.
Lo que más llamó la atención a los que estábamos ahí, fue que no se permitiera al padre hacer lo mismo. En voz alta se me escapo: “El papá está siendo discriminado... ¡en razón de su sexo!” Todos los que estaban en la fila se sonrieron, pero de igual forma, no lo dejaron entrar.
Lo absurdo de la situación fue, que cuando ella obtuvo su licencia, tuvo que regresar a la fila a esperar pacientemente que su esposo terminara con su trámite, lo que no permitió lograr el objetivo inicial de favorecer la atención para que la niña no estuviera tanto tiempo en la línea de espera. En otras palabras, otorgar a la madre el privilegio de "saltarse" la cola, no sirvió de nada, porque no se le otorgó igual privilegio al padre.
Son numerosos los instrumentos internacionales (algunos con más de 60 años de haber sido aprobados) que disponen que la familia –elemento natural y fundamental de la sociedad— debe ser protegida por el Estado. Así lo indica también el artículo 51 de nuestra Constitución.
No es sino más recientemente que se habla de los derechos de los niños, de los derechos de la mujer, de los derechos de los adultos mayores, todo por separado, disgregando la familia humana; lo que a su vez ha provocado que algunos varones empiecen a hablar de los derechos de ellos particularmente como padres, separando o diferenciando esos derechos de los que se otorgan a las madres.
Separar a los miembros de la familia no tiene sentido. La ofensa a uno de los miembros ofende a todos. Precisamente por ello, la familia es el más importante bien social, pues lleva consigo el futuro de la sociedad.
Una verdadera política familiar que pretenda cumplir con la obligación del Estado costarricense de proteger a su elemento natural y fundamental debe tener comprender lo aquí reflexionado para no caer en absurdos.
Alexandra Loría Beeche
Con el propósito de renovar mi licencia de conducir, me dirigí a la oficina respectiva, donde encontré una larga fila de espera. En mi misma circunstancia también se encontraba, un joven matrimonio: ella tenía alzada una preciosa niña recién nacida; él sostenía: papeles, la cartera de ella y un típico maletín de bebé.