A lo largo de setenta años, el Seguro Social, es decir, quienes aportamos solidariamente, acumulamos más de un millón de metros cuadrados de infraestructura, desde la sede que alberga a los conocidos Ebais, pasando por clínicas, sucursales, fábricas, lavanderías, hasta hospitales regionales y los centros especializados del Área Metropolitana.
Este país, un tanto extraño en el concierto de las naciones, decidió un día, que la enfermedad de uno solo de sus habitantes, sería asunto de todos, que en conjunto haríamos un ahorro del producto de nuestro trabajo, para proveernos de una pensión digna y para aquellos que nunca cotizaron y viven en situación de pobreza extrema, dotarles de un beneficio decoroso, mediante el programa de Asignaciones Familiares, si a lo anterior le sumamos la abolición del ejercito, la educación gratuita y obligatoria, encontraremos el fundamento del milagro, que hace posible, que con ingresos medios, tengamos expectativas de vida que superan a muchas naciones ricas y altamente desarrolladas.
Cada día más de 45.000 personas acuden a los centros médico asistenciales, centenares permanecen internados a la espera o recuperándose de algún procedimiento quirúrgico, están postrados en camas y la inmensa mayoría seguirán aportándole al país, es un intervalo donde se medita en esos extremos que se hermanan como lo son la vida y la muerte.
En los últimos días, algún o algunos criminales, se han dado a la tarea de sembrar incertidumbre en estos templos de la salud, conatos de incendio en el San Juan de Dios, llamadas anónimas que obligan a suspender procedimientos quirúrgicos, amenazas que restringen el ingreso de visitas a salones, en momentos en los que se requiere y demanda el abrazo solidario de los seres amados. Estos delincuentes del terror deben ser ubicados y reprendidos.
En el San Juan de Dios laboran más de 3.500 servidores comprometidos con su elevada misión de sacar adelante a los enfermos, serán esos ojos los que descubran a quien o quienes se mueven en las tinieblas, arropados en el dolor de sus semejantes y cuyo rostro, deberá hacerse público, por cuanto representa la faz de la cobardía y la vergüenza.
A lo largo de setenta años, el Seguro Social, es decir, quienes aportamos solidariamente, acumulamos más de un millón de metros cuadrados de infraestructura, desde la sede que alberga a los conocidos Ebais, pasando por clínicas, sucursales, fábricas, lavanderías, hasta hospitales regionales y los centros especializados del Área Metropolitana.
Este país, un tanto extraño en el concierto de las naciones, decidió un día, que la enfermedad de uno solo de sus habitantes, sería asunto de todos, que en conjunto haríamos un ahorro del producto de nuestro trabajo, para proveernos de una pensión digna y para aquellos que nunca cotizaron y viven en situación de pobreza extrema, dotarles de un beneficio decoroso, mediante el programa de Asignaciones Familiares, si a lo anterior le sumamos la abolición del ejercito, la educación gratuita y obligatoria, encontraremos el fundamento del milagro, que hace posible, que con ingresos medios, tengamos expectativas de vida que superan a muchas naciones ricas y altamente desarrolladas.
Cada día más de 45.000 personas acuden a los centros médico asistenciales, centenares permanecen internados a la espera o recuperándose de algún procedimiento quirúrgico, están postrados en camas y la inmensa mayoría seguirán aportándole al país, es un intervalo donde se medita en esos extremos que se hermanan como lo son la vida y la muerte.
En los últimos días, algún o algunos criminales, se han dado a la tarea de sembrar incertidumbre en estos templos de la salud, conatos de incendio en el San Juan de Dios, llamadas anónimas que obligan a suspender procedimientos quirúrgicos, amenazas que restringen el ingreso de visitas a salones, en momentos en los que se requiere y demanda el abrazo solidario de los seres amados. Estos delincuentes del terror deben ser ubicados y reprendidos.
En el San Juan de Dios laboran más de 3.500 servidores comprometidos con su elevada misión de sacar adelante a los enfermos, serán esos ojos los que descubran a quien o quienes se mueven en las tinieblas, arropados en el dolor de sus semejantes y cuyo rostro, deberá hacerse público, por cuanto representa la faz de la cobardía y la vergüenza.