Viernes, 14 Noviembre 2014 09:51

La huella que decidamos dejar …

Entre las múltiples definiciones que presenta la Real Academia de la Lengua, la huella es un "Rastro, seña o vestigio que deja alguien o algo", es una "Impresión profunda y duradera". La huella es perdurable y aunque en un contexto físico se puede borrar; a veces, en la mente y en el corazón de las personas esa huella es indeleble.

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De niño, tuve tantas maestras como grados hubo. Todas ellas sin excepción, dejaron huellas en mi vida que hicieron de mi mucho de lo que soy. Mucho de lo que sé, lo sembraron esas mujeres que en apoyo a la labor de mi madre, me educaron.

A veces, los métodos usados no dejaron huellas bonitas. Por ejemplo, aquella maestra de anillo de pedrería grande, que con un coscorrón sobre mi cabeza quería hacerme entender algo complejo, no logró más que un recuerdo nada agradable de ella. Por dicha cuando la veo caminando por ahí, mi inteligencia emocional no me permite ser descortés con ella, aunque aquella huella sigue allí.

En cambio, cuando veo a la niña Patricia Rivera ejercitándose en la Ciclo Vía en Cartago, gustoso abro la ventana de mi carro para gritarle un "hola niña, póngale a la caminada y siga dejando huella por donde pasa". O cuando veo a la niña Vera Camacho, recuerdo cómo, ella le ayudaba a mi mamá con la corrección de mis chichas y berrinches y pudo entonces marcarme con esa huella maravillosa. Aunque hoy día no soy una perita en dulce, aquellas lecciones de vida, perduraron por siempre.

En estos días, he pensado en esa maestra que recientemente falleció de un infarto frente a sus propios estudiantes, luego de recibir los reclamos de algunos padres de familia. Una maestra, que según dicen, se esmeraba por tratar el problema del "bulling estudiantil" que desgraciadamente está haciendo estragos en nuestras escuelas y colegios todos los días. Una maestra que viajaba desde Cartago hasta Desamparados para intentar dejar allí su huella, terminó infartada, producto del disgusto producido por la agresividad de alguien, quizá marcado por huellas de violencia y con hondas heridas en sus emociones.

La huella que decidamos dejar por nuestro paso por las aulas, oficinas, centros deportivos, hospitales, municipalidades o iglesias; ha de ser la huella del esmero, de la razón, de la contundencia de las ideas sobre las ocurrencias, debe ser una huella constructiva y no una de destrucción. La huella ha de estar marcada por la pasión más que por lo atractivo del depósito que nos hacen al término de la quincena. La huella debe ser apasionada, porque sin pasión no hay convicción, sin pasión no hay deleite, sin pasión no hay felicidad.

Necesitamos una sociedad que haga más camino sobre la base de huellas perdurables pero positivas, no una sociedad que construye trillos sobre el suampo del orgullo, sobre el lodazal de la corrupción, sobre el aserrín de la serruchada de piso y los vicios que brotan de los subterfugios legales que solo sirven para hacer de este país, una maraña de leyes que de poco sirven si su aplicación se usa para dilatar decisiones y hacer más profunda la huella del subdesarrollo.

Avoquémonos a dejar huellas positivas en todo lo que hagamos. Qué nos inspiren para ello, las huellas dejadas por nuestras madres y maestras, que como en mi caso, han dejado mayoritariamente, recuerdos imborrables y huellas profundas de agradecimiento y un deseo de hacer con pasión todo lo que intento hacer...