Luego de constatar con datos precisos los niveles de pobreza que vive nuestro país, la extensión de las dimensiones del hambre que afecta a tantos y de precisar el drama marcado por la brecha entre ricos y pobres, la carta pastoral episcopal pasa a explicitar causas de esos males que asolan y ponen en entredicho nuestra condición de país cristiano: un sistema excluyente, el derroche, el irrespeto al ideal de justicia, la violación de la normativa sobre salarios mínimos, la indiferencia descarada, etc.
Lo peor es cuando se descubre que tras los datos hay personas. Que la pobreza, la desigualdad y el hambre son realidad que las sufren mujeres, hombres, jóvenes y niños. Seres humanos que, día a día, se las agencian para sobrevivir.
Ante este panorama queda, como hacen los obispos, hacer un llamado a los cristianos para que se animen, desde las comunidades, a aportar esfuerzo e ideas para subsanar una situación que clama al cielo. Se hace urgente que se susciten techos donde el excluido se sienta como en casa. Realidades de acogida donde se le escuche al marginado y se combine la compasión con la justicia para arribar, de esta manera, a la promoción que surja desde la misma raíz de un sistema que se convierte y que va de las palabras a los hechos.
Desde las iniciativas globales contra el hambre promovidas por el Papa Francisco, hasta las penitencias mas concretas de los fieles, todo debe dar un aporte de cara a paliar el hambre, frenar el despilfarro y el deshecho de alimentos. Es urgente, como nunca antes, vivir la caridad cristiana que, dado que tiene su motivación en el mismo evangelio, es mucho mas que pura filantropía.
En la parte final de la carta pastoral que comentamos, los obispos piden mejorar la red de ayuda que existe en las parroquias y que atiende a miles de familias en todo el país mes a mes, lo mismo que potenciar el freno de la cultura del descarte y del desperdicio. Se pide al futuro gobierno animar todo cuanto asegure el alimento para todos, el apoyo a iniciativas de desarrollo integral y la promoción del empredurismo, lo mismo que la protección de los trabajadores de cara a los salarios mínimos y consolidar una política fiscal sana y eficaz.
La meta? Que todos gocen de la dignidad propia del ser humano. Un ideal loable y posible si ponemos de nuestra parte. ¡Que esta cuaresma sea la ocasión para construir la civilización del amor!