Jueves, 24 Septiembre 2015 05:34

La cabanga

¿Quién no ha escuchado decir a nuestro pueblo que alguien tiene cabanga? Es un diagnóstico popular, que da licencia para comportamientos que de otra manera serían repudiables o preocupantes, y se tornan socialmente aceptables en la medida en que alguien atraviesa por un estado anímico y mental especial.

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La legitimación de este permiso social transitorio para comportarse como un enfermo mental, sin las consecuencias que acompañan esos comportamientos, consiste en el reconocimiento de que alguien ha tenido que enfrentar un sufrimiento y un dolor introspectivo muy agudo, y el proceso de recuperación o curación de la herida espiritual implica y requiere de conductas irregulares, anómalas y extravagantes.
Ante el dolor del fallecimiento, la ruptura de una relación amorosa o pasional, un desastre económico o financiero, un fracaso legal, la pérdida súbita del empleo, la nostalgia de la propia tierra en un país extranjero, en suma, los dolores inherentes a la vida humana, nuestra cultura nacional señala un camino de acompañamiento y respaldo social para superarlo. Se declara a alguien en estado de cabanga para que pueda libremente usar algunos métodos tradicionales para conjurar el dolor: ingestión de licor, llanto, gemidos y gritos, o la narración agitada y reiterativa del drama que se vive.
Tener cabanga no es un diagnóstico psiquiátrico, no es una enfermedad mental, es el corto o largo pasadizo que lleva de la oscuridad interior a la claridad, de la angustia y la desesperación a la calma y a la paz. Nadie está exento del sufrimiento humano, de la angustia, la frustración, el miedo, los celos, la rabia, el odio vengativo, el resentimiento y la tristeza. La tempestad desatada por esas emociones y sentimientos poderosos, debilitan y dejan vulnerables el corazón y el alma. Es necesario el acompañamiento de la propia comunidad y de su gente, el consuelo colectivo, que mitiga el sufrimiento y la soledad que lo acompaña.
Nuestro pueblo es una sociedad compasiva. Reconocemos el derecho al propio dolor y la necesidad de solidaridad, de amor como bálsamo en la herida. Aquí pensamos que al que sufre no se le debe juzgar ni recriminar su sufrimiento, hay que darle libertad para que busque su propio camino hacia la paz. El sufrimiento es una corta o larga mala noche que es preciso vivir, es el precio de estar vivo, y nadie puede provocar el amanecer, hay que sufrir, llorar y esperar a que de pronto, en algún rincón del alma, comience suavemente a amanecer.
Francisco Escobar Abarca