Sábado, 26 Octubre 2013 06:59

Innovar para el cambio

Es sorprendente observar como la mediocridad, la tensión de esta época globalizada, el conformismo y la desidia han hecho que los humanos hayan perdido la habilidad de la innovación, es decir, el ir más allá, el querer ser original, el crear sobre lo ya establecido con el fin de ir a la búsqueda, necesidad, planeamiento y generación de nuevos conceptos en distintos campos de aplicación. Y esta apatía hacia dinámicas de innovación no sólo podría constituir una limitante en nuestro crecimiento personal en la medida en que nos hace individuos monótonos, apáticos y poco creativos, sino que representa una barrera para el desarrollo educativo y profesional.

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Por ejemplo en el ámbito laboral ya las empresas tienen claro que la innovación desempeña un papel importante en el posicionamiento y crecimiento de estas ya que es una forma idónea de mantenerse competitivo. Y ni qué decir del impacto que la innovación puede tener en el ámbito educativo pues la función principal de la innovación educativa es crear nuevos modelos de enseñanza-aprendizaje para lograr un cambio y una mejora educativa.
Por lo cual, hoy está más que aceptado que la innovación es vital para que los centros de enseñanza, las empresas e instituciones subsistan. Cuando las ideas y los proyectos quedan obsoletos, bien porque se hacen comunes o porque se quedan técnicamente desfasados, se hacen necesarios estudiantes, profesionales o trabajadores innovadores, con sentido común, con actitudes de cambio y fuentes de inspiración en pro del crecimiento académico y laboral.
No obstante, el cómo innovar se convierte en la pregunta del millón. Y aunque la respuesta, según los expertos, es que la innovación está dentro de los centros educativos y de trabajo, entre sus estudiantes y personal, en la práctica coinciden en que, salvo algunas excepciones, lamentablemente es difícil que se fomente la innovación. La razón de que no exista este proceso radica en que la innovación implica reglas muy distintas a los procesos establecidos, supone romper con los quehaceres cotidianos, exige experimentar y probar. Y es muy difícil que los trabajadores y estudiantes rompan con su saber hacer pues el día a día, la costumbre y la misma pereza son factores que ahogan la innovación.
Ante este hecho, se hace una condición imprescindible el crear una cultura de la innovación. Y para ello se debe impregnar a toda empresa, toda institución pública o privada, escuelas, colegios o universidades de un sólido y constante fomento e incentivo de la innovación. Por ello, el aportar ideas para la mejora del trabajo o el estudio, generar creatividad en las labores realizadas, dar un sello personal a lo que realizamos, debería ser una competencia universal de todo trabajador o estudiante.
Formar, proponer y plasmar en innovación, es educar para el cambio y formar personas ricas en originalidad, flexibilidad, visión futura, iniciativa, confianza, amantes de los desafíos y listas para afrontar los obstáculos y problemas que se les van presentado en su vida. Por ello, desechemos la pasividad, las acciones solo por costumbre y las actitudes conformistas, para darle paso, definitivamente, a la innovación y al cambio en pro de nuestra sociedad pues como señalara el célebre economista Joseph Schumpeter: “El mejor camino para que una nación se proyecte mejor en el futuro educativa y profesionalmente es que, en definitiva, asuma que sólo innovando podrá alcanzar a los países más prósperos”.