Uno de los primeros elementos disociadores, fue la llegada de la televisión, que contrario a la radio que convoca al núcleo familiar o de amigos, nos sume en el mundo del yo absortos en una pantalla y así las historias de los abuelos quedaron en el pasado y la tradición oral se vino al suelo como un frágil castillo de naipes.
La revolución tecnológica de las últimas décadas nos convirtió en un sociedad de autistas, nos congregamos pero cada quien en su mundo, la camaradería de antaño ahora es desplazada por grandes o pequeños audífonos que aíslan y distancian
En el plano social hoy cada uno llega con su dispositivo, están juntos pero hay un enorme trecho con los otros, cada quien envía mensajes, se ríe o conmueve por algún texto que llegó lejano y los que están en su entorno inmediato resultan los grandes ignorados y ausentes.
No pocos accidentes se han ocasionado por dispositivos que nos absorben, a tal extremo, que hasta el tren termina arrollándonos, ni que decir de vehículos o motos que hacen las suyas con los peatones distraídos.
Las parejas una vez apagado el fuego inicial ven como se extingue la llama del amor por culpa de un aparato digital, el diálogo cede ante el monólogo y así cada uno camina por la vida con el cordón umbilical atado a la tecnología que despersonaliza y aleja.
Algo tenemos que hacer al respecto, son temas existenciales que no siempre se abordan, cada quien en su fuero interno está llamado a hacer su análisis, entre todos debemos reconstruir el tejido vital que el avance tecnológico deja hecho trizas a su paso.