Jueves, 30 Junio 2011 05:22

En memoria de Borges.

Son las siguientes,  un par de líneas  escritas  por Jorge Luis Borges y atribuidas, por él mismo,  a un poeta menor: “La meta es el olvido. Yo he llegado antes.”
Borges, en Madrid, en 1980, cuando estaba ya ciego y tenía ochenta años, dictó una conferencia acerca de la metáfora: eso de decir que el tiempo es río, las estrellas ojos o  algunas cabelleras, furioso oro. Uno de los presentes le pregunta acerca de una metáfora de Macedonio Fernández y Borges agradece que le recuerden el nombre de quien, dice, fue uno de sus maestros.  Nunca había oído ese nombre, pero, el testimonio de Borges acerca de la influencia de Macedonio, hizo que iniciara y continuara, durante algunos años, la búsqueda de algún texto de Macedonio Fernández. El texto lo recibí pero, por ahora,  está perdido en mi biblioteca.  No fue fácil pues Macedonio Fernández, según Borges “no le daba  el menor valor  a su palabra escrita; al mudarse de  alojamiento, no se llevaba los manuscritos de índole metafísica o literaria que se habían acumulado sobre su mesa y que llenaban los cajones y armarios.” Cuando se le reprocharon estos olvidos,  Macedonio replicó que “suponer que podemos perder algo es una soberbia, ya que la mente humana es tan pobre que está condenada a encontrar, perder o redescubrir siempre las mismas cosas.”
Borges ha dejado testimonio de este “hombre que raras veces condescendió a la acción y que vivió entregado a los puros deleites del pensamiento.”  Afirma que, en su  vida ya larga, conversó con personas famosas pero ninguna le impresionó como la de Macedonio  o siquiera de modo análogo. Trataba de ocultar, decía Borges, no de exhibir, su inteligencia extraordinaria…La erudición le parecía cosa vana, un modo aparatoso de no pensar. Atribuye Borges a Macedonio, una especie de superstición de lo argentino que lo movió a opinar que Unamuno y los otros españoles, se habían puesto a pensar y muchas veces a pensar bien, porque sabían que serían leídos en Buenos Aires.
Borges murió el 14  de Junio de 1986. Fue amante de los libros. Cuando perdió la vista, advirtió: “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche.” Al prologar una pequeña antología poética, Borges recuerda que Plinio el Joven escribe que no hay libro tan malo que no tenga algo de bueno. Ese dictamen, confirma su sospecha de que la belleza es común.    La opinión de Plinio y Borges, ofrece garantía de que la falta de contacto con lo bello, lo que los griegos llamaban apeirokalia y unos abreviadores llaman vulgaridad,  no debía ser muy extendida. En todo caso, la obra de Jorge Luis Borges es un portal para asomarse a la belleza. También quizás, el mero pensar, tan cálido para Macedonio Fernández, produzca experiencias con la belleza y así, no solo en acumular conocimiento, sino también en ejercitar el pensamiento, puede el ser humano hallar felicidad.   El gran escritor argentino murió ciego, en Ginebra, Suiza, ya cumplida la cifra de los pasos que le  fue dado andar sobre la tierra, porque no quiso morir en el Buenos Aires donde vivió. Al cumplirse el vigésimo quinto aniversario de su muerte, puede decirse de Borges que, si la meta fuera el olvido, estaría retrasado. Gracias a Dios.
Mario Quirós Lara
Son las siguientes,  un par de líneas  escritas  por Jorge Luis Borges y atribuidas, por él mismo,  a un poeta menor: “La meta es el olvido. Yo he llegado antes.”
Borges, en Madrid, en 1980, cuando estaba ya ciego y tenía ochenta años, dictó una conferencia acerca de la metáfora: eso de decir que el tiempo es río, las estrellas ojos o  algunas cabelleras, furioso oro.
Uno de los presentes le pregunta acerca de una metáfora de Macedonio Fernández y Borges agradece que le recuerden el nombre de quien, dice, fue uno de sus maestros.
Nunca había oído ese nombre, pero, el testimonio de Borges acerca de la influencia de Macedonio, hizo que iniciara y continuara, durante algunos años, la búsqueda de algún texto de Macedonio Fernández. El texto lo recibí pero, por ahora,  está perdido en mi biblioteca.
No fue fácil pues Macedonio Fernández, según Borges “no le daba  el menor valor  a su palabra escrita; al mudarse de  alojamiento, no se llevaba los manuscritos de índole metafísica o literaria que se habían acumulado sobre su mesa y que llenaban los cajones y armarios.” Cuando se le reprocharon estos olvidos,  Macedonio replicó que “suponer que podemos perder algo es una soberbia, ya que la mente humana es tan pobre que está condenada a encontrar, perder o redescubrir siempre las mismas cosas.”
Borges ha dejado testimonio de este “hombre que raras veces condescendió a la acción y que vivió entregado a los puros deleites del pensamiento.”
Afirma que, en su  vida ya larga, conversó con personas famosas pero ninguna le impresionó como la de Macedonio  o siquiera de modo análogo.
Trataba de ocultar, decía Borges, no de exhibir, su inteligencia extraordinaria…La erudición le parecía cosa vana, un modo aparatoso de no pensar. Atribuye Borges a Macedonio, una especie de superstición de lo argentino que lo movió a opinar que Unamuno y los otros españoles, se habían puesto a pensar y muchas veces a pensar bien, porque sabían que serían leídos en Buenos Aires.
Borges murió el 14  de Junio de 1986. Fue amante de los libros. Cuando perdió la vista, advirtió: “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche.” Al prologar una pequeña antología poética, Borges recuerda que Plinio el Joven escribe que no hay libro tan malo que no tenga algo de bueno. Ese dictamen, confirma su sospecha de que la belleza es común.    La opinión de Plinio y Borges, ofrece garantía de que la falta de contacto con lo bello, lo que los griegos llamaban apeirokalia y unos abreviadores llaman vulgaridad,  no debía ser muy extendida. En todo caso, la obra de Jorge Luis Borges es un portal para asomarse a la belleza. También quizás, el mero pensar, tan cálido para Macedonio Fernández, produzca experiencias con la belleza y así, no solo en acumular conocimiento, sino también en ejercitar el pensamiento, puede el ser humano hallar felicidad.   El gran escritor argentino murió ciego, en Ginebra, Suiza, ya cumplida la cifra de los pasos que le  fue dado andar sobre la tierra, porque no quiso morir en el Buenos Aires donde vivió. Al cumplirse el vigésimo quinto aniversario de su muerte, puede decirse de Borges que, si la meta fuera el olvido, estaría retrasado. Gracias a Dios.
Mario Quirós Lara