En ese bello mundo infantil todo fluye sin tiempo. Las fantasías y sueños tienen espacio para crecer como semillas infinitas, donde su fuerza e imaginación logran un día ser fruto de la realidad. Apoyados por el amor y cuidados de sus seres queridos.
Pero hay otros niños. Los de nadie. Los que nunca tendrán un día para celebrar porque su hogar es la calle, su alimento las drogas, su protección la violencia. De estos casi nadie se acuerda.
Niños invisibles, expertos en ocultar sus sentimientos para que la vida no los castigue más. Pasamos a su lado sin ver sus ojos por temor o por indiferencia. Y sin embargo sabemos cuanto dolor llevan en su alma.
Unos fueron echados de su casa, tirados como estorbozo desperdicio. Nunca conocieron el amor de una familia. A otros los obligan a trabajar, y descalzos por la vida van vendiendo lo que pueden, sufriendo golpes y hambre. Esperando el final del día para entregar la ganancia a quien sabe que cruel y malvado ser sin corazón.
Otros miles abusados sexualmente desde muy pequeños, perdiendo la inocencia antes de tiempo, callando la amargura de sus días. Añorando jugar, tener una muñeca o simplemte dormir sin pesadillas ni angustia.
Niños y niñas con nombres olvidados y sonrisas perdidas. De sueños apagados y esperanzas sin nacer. Caritas descoloridas almas palpitanes buscando libertad.
Llevan por dentro un Dios diferente, aunque no lo sepan, ni lo reconozcan. Es el que les permite seguir a pesar del abandono y la miseria. Estos son los niños valientes del mundo, quienes mercen ser honrados y recordados en un Día del Niño.
María Ester Flores Sandoval