La sociedad actual nos ofrece un ambiente altamente nocivo para cultivar valores humanos. Los casos de corrupción suscitados, mayormente en el entorno político; la irresponsabilidad en las carreteras; la inseguridad ciudadana y la mediocridad en el servicio público o privado, ejemplifican lo que es una de las principales causas de las grandes crisis: la devaluación de valores.
Ahora bien, lo paradójico es que cuando, precisamente, nuestra sociedad necesita con urgencia cimentar más valores para enfrentar situaciones de riesgo social, es más bien la apatía, la ignorancia, el irrespeto, la mediocridad, el pensamiento negativo o la falta de conciencia y justicia los que priman. Precisamente las crisis de valores, creencias o principios se producen cuando su significado comienza a perder sentido y utilidad práctica en asuntos concretos.
En este sentido, la crisis de valores no consiste en una ausencia de estos, sino en una falta de orientación frente a cuál rumbo seguir en nuestra vida y qué valores usar para lograrlo; es decir, parte de la crisis por la que atravesamos, y hemos estado atravesando desde hace mucho, es una crisis en nuestra capacidad para cultivar, orientar y fomentar precisamente esos valores profundos como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la lealtad o la honestidad que nos permiten vivir en convivencia y que son parte de nuestra identidad como personas.
Ante este panorama saltan a relucir interrogantes interesantes como, por ejemplo, ¿qué rol desempeñan la educación y la familia en el fomento de los valores?, ¿hasta qué punto nuestros gobernantes, los medios de comunicación y los centros educativos ponen todo lo necesario para impulsar esos valores en la población? o ¿cómo se promueve la participación ciudadana en la estimulación de los valores democráticos?...
Lamentablemente no siempre se obtienen los mejores resultados por parte de las instancias o personas a cargo de la transmisión de valores, sin embargo, todavía se puede recuperar el camino desandado. Para ello es fundamental que cada persona, desde la función que ejerce en la sociedad, tome conciencia de los aportes vitales que dejan sus acciones en la construcción de un país respetuoso de la dignidad de los humanos. Se requieren personas quienes, conscientes de su responsabilidad social, se muestren reacios ante antivalores como la mezquindad, la superficialidad o la indiferencia.
Definitivamente transformar esta situación de crisis de una marcada devaluación de valores tan remarcada a diestra y siniestra se hace una tarea imperiosa, ¿o es que acaso tenemos que esperar realmente una situación nefasta para reconsiderar el lugar que los valores cívicos, morales, éticos o espirituales poseen en la sana construcción social?... La sociedad actual necesita personas con un profundo respeto por los humanos, con un alto nivel ético y que sean respetuosos de las leyes y normas establecidas para el buen convivir.
Sencillamente Costa Rica requiere un pueblo que no solo conozca los valores sino que, a conciencia, empiece a practicarlos. De lo que se trata es de elaborar, planificar y realizar acciones que gesten nuevos valores, nuevas formas de vivir y convivir, con el fin de lograr estándares de mayor dignidad y humanidad para cada habitante de esta aún noble tierra los cuales satisfagan las necesidades vitales de naturaleza biológica, psicosocial y espiritual, indispensables para la formación y realización plenas de la persona, en todos los aspectos vinculados con su vida.
Es muy común, actualmente, escuchar hablar de crisis económica. Pareciera que es una de las palabras de moda a la que se le están dedicando libros, artículos o congresos. Sin embargo, no se trata de una moda, y menos, solamente, de una crisis económica.