Lunes, 03 Abril 2017 16:43

Costa Rica está perdida

No hay plan de Gobierno o candidato que nos salve. Olvídese de la cooperación internacional y las reformas fiscales, nuestra suerte está echada y poco queda por hacer. El problema que nos aqueja no es el deterioro de la infraestructura, la corrupción o la delincuencia; tampoco se trata del desempleo, el consumismo o la negligencia política. Todos estos serán -si acaso- secuelas de nuestro principal desafío.

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Me refiero a cada habitante del país de manera singular, jamás como conjunto, pues el problema es precisamente ese: que no somos pueblo, sino individuos. Hablo también de mí mismo porque, como escribió Manuel Laranjeira, “acerca de los males de mi tierra no hablo como médico, hablo como enfermo”.

Nuestra condena se la debemos a la tragedia de los comunes, a esa forma de pensar donde cada uno quiere aprovecharse de los otros y terminamos arruinados todos. Confiamos que alguien más se ocupará por lo que nosotros descuidamos: el ambiente, la pobreza, la enfermedad ajena, la inseguridad, la patria.

Nuestro problema es que queremos evadir impuestos pero que los demás los paguen, colarnos en la fila pero que los demás esperen, que se resuelvan nuestros asuntos aunque los de otras personas se estanquen, que nos cedan el espacio pero jamás cederlo; queremos aprovecharnos de todos pero que nadie lo haga de nosotros. Y como no es uno el que procede de esa manera, sino muchos (muchísimos) no hay sociedad que aguante y finalmente llegamos hasta el punto donde estamos.

Otra cosa sería si nadie metiera la mano en los fondos públicos, si nadie buscara ganarse sus millones a expensas de los otros. Sería distinto si cada quien aceptara sus responsabilidades, en lugar de gastar el dinero común en procesos judiciales, con la esperanza de lavarse las manos y (¿por qué no?) ganarse alguito.

Pero siempre aparece el que pensando solo en sí mismo, conduce por el espaldón para saltarse la fila, y detrás de él, otros 50 que tampoco quieren ser víctimas del sistema. Siempre aparecen los que quieren cosechar sin invertir en la siembra y, detrás de ellos, la masa; esa de la que Ortega y Gasset anunció la rebeldía, la que se procura el pan quemando panaderías.

Costa Rica puede salvarse, ciertamente, pero la faena no es sencilla, pues implica que la gran mayoría de nosotros renuncie a aprovechar sus ventajas por el bien de todos. ¿Cuántos estaremos dispuestos a esto? Quizá no los suficientes y, de ser así, Costa Rica está perdida.

Cada quien ve por sí mismo (tal vez por los más próximos) pero el bien común nos resulta indiferente. No nos importan los demás y sin otros no hay “nos-otros”; y sin nosotros, nadie queda.