Viernes, 28 Diciembre 2012 16:26

Chinchorros y chirotes

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Un buen bailongo se compone de tres elementos: un buen conjunto, de los que he escrito antes; un salón tipo “chinchorro” y una caterva de artistas, de personajes, de gente especial que baila, que hace del baile un arte popular. No digo “chinchorro” en sentido ofensivo o peyorativo.

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Digo “chinchorros” porque son salones humildes, sencillos, pero maravillosos. Esos chinchorros son mi otra patria. Dos patrias tengo yo: Costa Rica y la noche de los chinchorros. Generalmente son salones antiguos, con decoración que remite a otras épocas. Son como ollas mágicas. Ahí adentro se cocina el baile popular. Literalmente se cocina, porque mis amados chinchorros tienden a ser pequeños para la cantidad de gente que los frecuenta. Y cuando me refiero a los “artistas”, se trata de la cantidad de personajes únicos, irrepetibles, que llegan a bailar a los chinchorros. El padre de todos esos personajes es Jorge “El Negro” Calderón, un flaco chispeante, quien a sus 80 años todavía da lecciones de cómo bailar bolero “contaminado” con el tango, condimentado por la elegancia del baile argentino… Toma hasta cuatro buses y le inyectan voltarén pues tiene una lesión en la cadera, pero no deja de ir a bailar. Otro es Manzanita, un taxista nocturno, que baila de 11 p.m. a 1 a.m. en cualquier salón, con sus camisetas con huequitos y sus camisas pintonas. Tienen unos toques en cumbia que se nota que los exportó del mambo y que lo hacen único en los salones. También está Topo Yiyo, de Los Ángeles de San Ramón, quien acompaña a la Orquesta de Lubín Barahona y los Caballeros del Ritmo (única en su género) con sus camisas que parecen que le heredó la orquesta de Pérez Prado. Suena la orquesta y Topo Yiyo parece la versión masculina de Tongo Lele. En el swing criollo, los personajes principales son Gringo, Cupido y Tito, distinguidos por su chainy, su feeling y su sabor. Y en todos los salones, usted puede distinguir a sus propias joyas. Por ejemplo, en el Típico Latino, hay un personaje que llega a bailar con botas de cuero, una blanca y otra café; un médico de 80 años es el gran galán de las noches de los lunes y Umaña es el maestro de todas las muchachas que quieren aprender a bailar. Es un calvo encantador, un flaco sin remedio, cuya sonrisa de 60 y pico de años, fascina a las damas de todas las edades. Dice una amiga mía, que en los salones de baile que yo frecuento, todos somos o pachucos o polos. De inmediato, reaccioné y le dije que prefiero ser pachuco y polo que pipi o popof. Días después de la afrenta de mi amiga (a quien no llevé más a bailar, por su irrespeto a los muñecos que bailan en los chinchorros) la llamé y le dije que había llegado a una conclusión gracias a su visión inexacta de nuestra realidad de estrellas de salón: ni somos pachucos ni polos. Lo que somos es chirotes. Y agrego, hay un mundo de distancia entre un charlatán y un chirote. Los chirotes gozamos la vida y la noche, esa otra patria, como decía Martí. Los chirotes vivimos felices la bohemia, porque al decir del expresidente Luis Alberto Monge, compatriota de la noche, “la bohemia, bien manejada, humaniza”.