Martes, 01 Diciembre 2015 11:42

Cambio en Argentina

Hace unos 85 años, Argentina fue el ejemplo y el motor del desarrollo en la América Latina. Entre 1860 y 1930, ningún país creció tan pujantemente. No solo era el más rico, sino el más educado y culto de la Región. La ciudad de Buenos Aires competía con las de los Estados Unidos y las superaba en muchos aspectos. Sus avenidas, sus parques y sus teatros emulaban los de París, Londres y Nueva York.

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Si en 1930 hubiera existido el G-7 (grupo de las naciones más ricas del planeta), Argentina habría sido incluida, por el encima de Italia y de Canadá. Sus ferrocarriles, sus puertos, su nivel de vida, superaban ampliamente a muchos países europeos. Los italianos y españoles emigraban a la Argentina buscando progreso y un poco más de libertad. Su tango y su música se escuchaban y se seguían en medio mundo.
Un buen día, empezaron las nacionalizaciones o estatizaciones al ritmo de golpes de Estado y de elecciones trucadas. La Argentina de Sarmiento y Alberdi, comenzó a ser gobernada por dictadores o demagogos.
El discurso socializante y estatizante caló fuertemente y auparon sindicatos y gobiernos de izquierda que debían competir con golpes de la derecha. Unos por un motivo y los otros por el contrario, trataron la economía y las finanzas públicas con desprecio por sus leyes, como si la riqueza acumulada y producida por sus pampas, sus viñedos y frigoríficos, fueran inagotables. Los gobiernos repartían lo que podían, mientras cobraban sus peajes. Un día bonito de primavera, pasó a ser un “día peronista”, y todos parecieron ser peronistas, los de la derecha y los de la izquierda.
Recuperada la democracia después de la aventura de Las Malvinas (una guerra absurda de los militares que dilapidó las legítimas reivindicaciones argentinas), a cada avance, siguieron crisis y experimentos. La deuda pública creció irresponsablemente y con la excusa de corralitos y milongas, se la jineteó para postergarla o no pagarla. Y en medio de la crisis, vinieron los Kirchner y gobernaron según la receta peronista: entre el nacionalismo y el estatismo con pinta de izquierdismo.
Con la elección de Mauricio Macri como Presidente este domingo pasado, parece iniciarse una nueva etapa. Digamos, para empezar, que tanto Macri, como su contrincante, el peronista Scioli, son bastante más sensatos y más democráticos que la presidenta saliente. Es un avance que permite algo de optimismo. Dejaremos, por lo pronto, de oír tantos discursos de izquierda, altisonantes y disonantes, desde la Casa Rosada.
Pero no será fácil construir el cambio necesario y prometido por Macri. Los peronistas tendrán mayoría en el Senado y el nuevo gobierno será minoritario en el Congreso. Las demandas sociales exacerbadas y los sindicatos seguirán dominados por el peronismo y “la Cámpora” de los Kirchner. Y lo más difícil, evadir la premonición del Cambalache: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor… ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!”
Pero si logra sortearlos, sin estridencias, revanchas, ni terapias de shock, esperamos que pueda recuperar la Argentina que tantos queremos y admiramos.
Rodolfo Piza Rocafort