Hace unos días con motivo de los festejos de La Anexión, conocí a un personaje que ilustra esta realidad, don Rafael es su nombre, a sus 87 años es totalmente independiente, camina erguido, con paso firme, delgado de contextura, expresa en su semblante la vida buena que ha llevado y no por eso exenta de todas las vicisitudes que supone la existencia.

 “En realidad como poco” manifiesta mientras saborea el plato de arroz con pollo con fresco de piña que se le distribuyó a los presentes en la Feria de Salud de San Martín de Nicoya. “Todos los días salgo a trabajar un rato y me mantengo ocupado” dice como otro de sus secretos y al requerirle con respecto a su parentela, con una sonrisa pícara expresa que procreo 25 hijos y lo hace mientras su mirada se posa en los anchos cuadriles de una moza del lugar.

 “Tengo un grupo de amigos y familiares con los que comparto de tarde en tarde” y así deja ir otra de las máximas para la buena vida y es que en este lugar, los adultos mayores ocupan un lugar de respeto y consideración, son útiles y se les aprecia.

 En la Península de Nicoya es frecuente ver a personas de distintas edades involucradas en juntas y comités, el sedentarismo no ha echado raíces y por el contrario, hombres y mujeres se mantienen activos, ocupados y no es de extrañar el grito de un sabanero o el llamado de una mujer octogenarios ambos y ocupados en sus quehaceres.

 Una larga y buena vida no es asunto de dinero, la provee el sosiego del alma, la actividad permanente y el amor, como la argamasa de cuerpo y alma para garantizarnos una existencia placentera