De cara al viaje misionero de Benedicto XVI a México y Cuba todo ha sido tan apabullante y tan lleno de brillo que ciertos enfoques del mismo no han podido aparecer siendo mas que enfoques toscos, desafortunados y marcados por la mala fe.
La República ubicó en su editorial un texto brillante, pausado y bien construido acerca del significado de la presencia de Benedicto XVI en América Latina el continente de la esperanza. De gran lucidez la reflexión del editorialista que, con mucho cuidado e información, plasmó un análisis serio de todo lo que podía esperarse de un viaje que, tal y como las evidencias lo han demostrado, traía consigo expectativas de luces y de alegría para los pueblos cristianos que peregrinan por nuestro subcontinente. Los retos, claro está, no faltaban.
En cambio, otro medio como es el caso de La Nación, del modo mas sorprendente, obvió todo lo decisivo del viaje evangelizador del Papa Teólogo y se dedicó a hablar una y otra vez de abusos, sexo, pedofilia, complots, etc. Para este diario el viaje fue solo eso. Todo lo esencial de los mensajes, de la euforia de los fieles, de la profundidad de las reflexiones y celebraciones no contó para nada. De feria, se agregó un reportaje acerca de los dimes y diretes de unas maquinaciones que solo Dan Brown podría igualar en creatividad e inexactitudes incluso, en la más elemental terminología eclesial.
Es obvio que la perspectiva correcta para leer todo cuanto ha ocurrido en estos días en el recorrido pontificio es la que hemos visto, oído y admirado en vivo. La República no ayudó a tener un criterio de lectura, lo demás evidentemente no. Los hechos, sin embargo, nos llevan a desechar ciertas elucubraciones enfermizas de algunos comunicadores y sus medios que, curiosamente, no ven ni siquiera lo que tienen enfrente. Les enferma, me parece, la verdad.
Las características del magisterio de Benedicto XVI, su impacto en medio de la andar de la Iglesia y sociedad, el dinamismo creativo que ha mostrado y su estilo tan propio, resultan realidades insoportables para mas de un medio de comunicación atacado de secularismo y ello, a veces, negando hasta sus mismos orígenes ideológicos. Ello se nota entre nosotros y a nivel global también.
Se impone una reacción crítica del católico usuario de los medios de comunicación. Se hace mas y mas necesaria una actitud menos complaciente. Sobre todo, cuando resulta tan extremadamente evidente la mala fe de un medio o su deseo de ensuciar por ensuciar, sea ello solo por afán amarillista o bien, por el deseo insano de crear polémica allí donde no la hay.
Depende del consumidor católico de información discernir, escoger y elegir solo lo que vale y es respetuoso, lo demás, se ha de hacer a un lado sin mas ni contemplación alguna.
De cara al viaje misionero de Benedicto XVI a México y Cuba todo ha sido tan apabullante y tan lleno de brillo que ciertos enfoques del mismo no han podido aparecer siendo mas que enfoques toscos, desafortunados y marcados por la mala fe.
La República ubicó en su editorial un texto brillante, pausado y bien construido acerca del significado de la presencia de Benedicto XVI en América Latina el continente de la esperanza. De gran lucidez la reflexión del editorialista que, con mucho cuidado e información, plasmó un análisis serio de todo lo que podía esperarse de un viaje que, tal y como las evidencias lo han demostrado, traía consigo expectativas de luces y de alegría para los pueblos cristianos que peregrinan por nuestro subcontinente. Los retos, claro está, no faltaban.
En cambio, otro medio como es el caso de La Nación, del modo mas sorprendente, obvió todo lo decisivo del viaje evangelizador del Papa Teólogo y se dedicó a hablar una y otra vez de abusos, sexo, pedofilia, complots, etc. Para este diario el viaje fue solo eso. Todo lo esencial de los mensajes, de la euforia de los fieles, de la profundidad de las reflexiones y celebraciones no contó para nada. De feria, se agregó un reportaje acerca de los dimes y diretes de unas maquinaciones que solo Dan Brown podría igualar en creatividad e inexactitudes incluso, en la más elemental terminología eclesial.
Es obvio que la perspectiva correcta para leer todo cuanto ha ocurrido en estos días en el recorrido pontificio es la que hemos visto, oído y admirado en vivo. La República no ayudó a tener un criterio de lectura, lo demás evidentemente no. Los hechos, sin embargo, nos llevan a desechar ciertas elucubraciones enfermizas de algunos comunicadores y sus medios que, curiosamente, no ven ni siquiera lo que tienen enfrente. Les enferma, me parece, la verdad.
Las características del magisterio de Benedicto XVI, su impacto en medio de la andar de la Iglesia y sociedad, el dinamismo creativo que ha mostrado y su estilo tan propio, resultan realidades insoportables para mas de un medio de comunicación atacado de secularismo y ello, a veces, negando hasta sus mismos orígenes ideológicos. Ello se nota entre nosotros y a nivel global también.
Se impone una reacción crítica del católico usuario de los medios de comunicación. Se hace mas y mas necesaria una actitud menos complaciente. Sobre todo, cuando resulta tan extremadamente evidente la mala fe de un medio o su deseo de ensuciar por ensuciar, sea ello solo por afán amarillista o bien, por el deseo insano de crear polémica allí donde no la hay.
Depende del consumidor católico de información discernir, escoger y elegir solo lo que vale y es respetuoso, lo demás, se ha de hacer a un lado sin mas ni contemplación alguna.