Miguel Miranda Sandí
MIGUEL MIRANDA SANDÍ
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No hay amor más grande que el de una madre, quien se niega a sí misma para entregarlo todo a sus hijos. Ellas, desde el mismo momento del alumbramiento trabajan incansablemente para darnos vida, amor, ternura y seguridad. El amor de una madre es algo especial, algo que no tiene límites ni condiciones. Es algo propio de la mujer, que en su esencia natural es amor puro y verdadero, porque así hizo Dios a las mujeres.
Las madres, como toda mujer, son luchadoras y fuertes y por ellas la vida continúa y se sostiene. Son las primeras que se levantan y las últimas en acostarse. Desde muy temprano inician sus preparativos domésticos, se encargan de que los demás miembros de la familia estén en forma para sus respectivas tareas, medio desayunan y se van para el trabajo, desde donde controlan y están pendientes de que su familia esté bien. Llegan cansadas y dispuestas a seguir con los quehaceres del hogar y rendidas finalmente se van a la cama, esperando repetir el ciclo al día siguiente.
Las madres costarricenses – y de todas las nacionalidades - son inagotables, son fuentes de energía y de cariño. Siempre están dispuestas a ayudar, trabajar y repartir amor. Las madres son capaces de dar todo lo que tienen sin recibir nada a cambio. Son capaces de querernos con toda su alma y su corazón. Son capaces de invertir toda su vida en la nuestra.
Para todas las madres de Costa Rica y del mundo, para las que están con nosotros y para las que están ahora en la presencia del Señor, para las que están con salud y para las que están en los hospitales, para las que gozan de libertad y para las que están privadas de ella, para las que por primera vez darán a luz y para las que aún no lo han hecho, para las que adoptaron hijos y para las mujeres que cuidan de ellos con amor y ternura maternal, para todas ellas, les rendimos un homenaje sincero en su día, y durante todos los días, pues por su coraje y valentía, propio de todas las mujeres, se lo merecen.
Gracias madres del mundo, por ser las únicas personas que siempre está con nosotros, de forma incondicional. Gracias, porque en aquellos momentos de debilidad cuando te rechazamos, nos perdonas. Gracias, porque si nos equivocamos, nos acoges. Gracias porque cuando los demás no pueden con uno, nos abres una puerta. Gracias, porque si estamos felices, celebras con nosotros. Gracias, porque si estamos tristes, no sonríes hasta que nos hagas reír. Eres nuestra amiga incondicional. Gracias MADRECITAS.
No hay amor más grande que el de una madre, quien se niega a sí misma para entregarlo todo a sus hijos. Ellas, desde el mismo momento del alumbramiento trabajan incansablemente para darnos vida, amor, ternura y seguridad. El amor de una madre es algo especial, algo que no tiene límites ni condiciones. Es algo propio de la mujer, que en su esencia natural es amor puro y verdadero, porque así hizo Dios a las mujeres.
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Lo sucedido el primero de mayo de 2011 en la Asamblea Legislativa pudo haber ocasionado en algunas personas cierto grado de sensación incómoda, según la apreciación que tenga de los hechos, sin embargo, visto con madurez política, no fue en realidad un acontecimiento ajeno a la democracia. Por el contrario, se demostró ese día que la democracia costarricense es estable.
Para cualquier gobierno es perfectamente entendible la idea de que su partido ocupe el Directorio Legislativo, tanto por razones de gobernabilidad, para mantener una mayor fluidez en su relación con el Parlamento, o incluso por aspectos de sucesión presidencial, que en un régimen como el nuestro valdría la pena reflexionar con mayor vehemencia.
Pero lo cierto es que todos estos aspectos son posibles aún con un Directorio de oposición, porque lo vital en un sistema político maduro lo constituye la institucionalidad democrática. La divergencia ideológica es natural, y no es motivo para que los políticos no puedan ponerse de acuerdo en asuntos claves para el país. La historia de nuestra nación ha demostrado que cuando se trata del interés nacional, hemos sido capaces de grandes logros.
Por tanto, definir el concepto de la democracia a la luz de lo que aconteció ese día en el Parlamento es importante, pero más importante aún es preguntarnos qué podemos esperar los costarricenses de la dinámica entre los Diputados y el Gobierno en este nuevo escenario político. Esto por cuanto el significado de la democracia no se limita exclusivamente a un aspecto etimológico.
La democracia, para entenderla, requiere ser contextualizada y referenciada por los hechos políticos, solo así nos será posible entender la realidad de los pueblos. Por ello, tenemos que reconocer que la democracia, como concepto, no se puede separar de lo que la democracia debería ser. Es decir, que la democracia prescriptiva (los ideales) debe corresponder a la democracia descriptiva (la realidad). Y en este punto, el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo tienen la última palabra.
Por encima de las valoraciones ideológicas y del ejercicio del poder político, por encima de la tradición o práctica política, y por encima de quienes sean las personas y los partidos que ostentan los puestos de mando, están los intereses del país. La democracia costarricense es madura y estable, pero corresponde a los Diputados y al Gobierno hacerla efectiva, y para esto tenemos tres grandes ventajas: el Estado de Derecho, la Institucionalidad, y sobre todo, la voluntad política, la nobleza y la integridad de quienes piensan que el país está de primero.
Lo sucedido el primero de mayo de 2011 en la Asamblea Legislativa pudo haber ocasionado en algunas personas cierto grado de sensación incómoda, según la apreciación que tenga de los hechos, sin embargo, visto con madurez política, no fue en realidad un acontecimiento ajeno a la democracia. Por el contrario, se demostró ese día que la democracia costarricense es estable.
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Gobernar no es sencillo. En una dictadura la situación es menos compleja porque sencillamente el tirano da las órdenes y todos obedecen. Pero en una democracia efectiva los sectores de la sociedad tienen el derecho constitucional de participar en el proceso decisorio. Lo que significa una tarea ardua dado que buscar acuerdos respecto a un tema específico es complicado, aunque no imposible cuando priva el interés colectivo.
En Costa Rica se ha vuelto un asunto complicado el arte de gobernar. La ingobernabilidad es un fenómeno que abarca no solamente la incapacidad del Estado para atender las demandas sociales, también tiene que ver con un asunto estructural del sistema político que se debe afrontar con mucha seriedad para determinar si está o no respondiendo a los desafíos del siglo XXI. No se trata exclusivamente de un asunto de liderazgo o de músculo político.
Hacer posible la gobernabilidad efectiva en Costa Rica implica preocupación por la discusión y el análisis de los verdaderos problemas que aquejan a la sociedad, y no perder tiempo sobre los estilos de personalidad, aunque desde luego son importantes los líderes que no imponen su pensamiento, que abren los espacios del debate y la discusión, que tienen un lenguaje compatible con la serenidad y la transparencia, que son tolerantes y que no acarrean peligros para la democracia y para la dignidad humana.
Actualmente, los líderes políticos enfrentan numerosos y mayores desafíos producto de una sociedad más compleja y exigente. Paralelamente también tienen que lidiar con las diversas posiciones de los sectores sociales y particularmente de los representantes en el Parlamento, que en no muy pocas ocasiones entraban la labor del Ejecutivo cuando sienten que no se cumplen sus intereses.
Por ello, la gran virtud en el arte de gobernar es la prudencia y la firmeza, de modo que – y en el buen sentido del aporte de Maquiavelo – pueda el gobernante mantenerse en el poder (o el jerarca en su puesto) con absoluta conciencia de las circunstancias, entendiendo el contexto histórico social y conservando el dominio de las diferentes situaciones. Todo en el marco del Estado de Derecho.
La realidad nacional demuestra que la tarea de gobierno se vuelve frustrante porque es complicado construir un atractivo político aceptado por todos. Y es aquí donde se descarga la mayor parte de la crítica, sobre todo de la oposición dado que algunos sienten que el estilo de gobernar no está en relación directa con el cumplimiento de sus propias expectativas. Y cuando la crítica no sale de este esquema reducido lamentablemente se limita el análisis serio.
No es prudente cuestionar la importancia del liderazgo en el arte de gobernar, pero sí la actitud de aquellos que hacen alarde de sus cualidades “extraordinarias” para atraer sobre sí la atención de los demás, creando alrededor de su figura un aura de omnipotencia y de infalibilidad, y peor aún, presentándose como designados por Dios, por la historia o por la naturaleza para ocupar su lugar por encima del resto de los mortales, como únicos conocedores del camino a seguir.
Claro que los líderes son vitales para el buen gobierno y para el análisis objetivo sobre la efectividad del sistema político; pero los líderes que urge Costa Rica son aquellos que aspiran al bien común y al poder de las leyes, dispuestos siempre y en todo momento a coordinar y gerenciar las transformaciones que la sociedad demanda, sin autoritarismo y sin rendir culto a la personalidad.
Gobernar no es sencillo. En una dictadura la situación es menos compleja porque sencillamente el tirano da las órdenes y todos obedecen. Pero en una democracia efectiva los sectores de la sociedad tienen el derecho constitucional de participar en el proceso decisorio. Lo que significa una tarea ardua dado que buscar acuerdos respecto a un tema específico es complicado, aunque no imposible cuando priva el interés colectivo.
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Gobernar no es sencillo. En una dictadura la situación es menos compleja porque sencillamente el tirano da las órdenes y todos obedecen. Pero en una democracia efectiva los sectores de la sociedad tienen el derecho constitucional de participar en el proceso decisorio. Lo que significa una tarea ardua dado que buscar acuerdos respecto a un tema específico es complicado, aunque no imposible cuando priva el interés colectivo.
En Costa Rica se ha vuelto un asunto complicado el arte de gobernar. La ingobernabilidad es un fenómeno que abarca no solamente la incapacidad del Estado para atender las demandas sociales, también tiene que ver con un asunto estructural del sistema político que se debe afrontar con mucha seriedad para determinar si está o no respondiendo a los desafíos del siglo XXI. No se trata exclusivamente de un asunto de liderazgo o de músculo político.
Hacer posible la gobernabilidad efectiva en Costa Rica implica preocupación por la discusión y el análisis de los verdaderos problemas que aquejan a la sociedad, y no perder tiempo sobre los estilos de personalidad, aunque desde luego son importantes los líderes que no imponen su pensamiento, que abren los espacios del debate y la discusión, que tienen un lenguaje compatible con la serenidad y la transparencia, que son tolerantes y que no acarrean peligros para la democracia y para la dignidad humana.
Actualmente, los líderes políticos enfrentan numerosos y mayores desafíos producto de una sociedad más compleja y exigente. Paralelamente también tienen que lidiar con las diversas posiciones de los sectores sociales y particularmente de los representantes en el Parlamento, que en no muy pocas ocasiones entraban la labor del Ejecutivo cuando sienten que no se cumplen sus intereses.
Por ello, la gran virtud en el arte de gobernar es la prudencia y la firmeza, de modo que – y en el buen sentido del aporte de Maquiavelo – pueda el gobernante mantenerse en el poder (o el jerarca en su puesto) con absoluta conciencia de las circunstancias, entendiendo el contexto histórico social y conservando el dominio de las diferentes situaciones. Todo en el marco del Estado de Derecho.
La realidad nacional demuestra que la tarea de gobierno se vuelve frustrante porque es complicado construir un atractivo político aceptado por todos. Y es aquí donde se descarga la mayor parte de la crítica, sobre todo de la oposición dado que algunos sienten que el estilo de gobernar no está en relación directa con el cumplimiento de sus propias expectativas. Y cuando la crítica no sale de este esquema reducido lamentablemente se limita el análisis serio.
No es prudente cuestionar la importancia del liderazgo en el arte de gobernar, pero sí la actitud de aquellos que hacen alarde de sus cualidades “extraordinarias” para atraer sobre sí la atención de los demás, creando alrededor de su figura un aura de omnipotencia y de infalibilidad, y peor aún, presentándose como designados por Dios, por la historia o por la naturaleza para ocupar su lugar por encima del resto de los mortales, como únicos conocedores del camino a seguir.
Claro que los líderes son vitales para el buen gobierno y para el análisis objetivo sobre la efectividad del sistema político; pero los líderes que urge Costa Rica son aquellos que aspiran al bien común y al poder de las leyes, dispuestos siempre y en todo momento a coordinar y gerenciar las transformaciones que la sociedad demanda, sin autoritarismo y sin rendir culto a la personalidad.
Gobernar no es sencillo. En una dictadura la situación es menos compleja porque sencillamente el tirano da las órdenes y todos obedecen. Pero en una democracia efectiva los sectores de la sociedad tienen el derecho constitucional de participar en el proceso decisorio. Lo que significa una tarea ardua dado que buscar acuerdos respecto a un tema específico es complicado, aunque no imposible cuando priva el interés colectivo.
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