Gobernar no es sencillo. En una dictadura la situación es menos compleja porque sencillamente el tirano da las órdenes y todos obedecen. Pero en una democracia efectiva los sectores de la sociedad tienen el derecho constitucional de participar en el proceso decisorio. Lo que significa una tarea ardua dado que buscar acuerdos respecto a un tema específico es complicado, aunque no imposible cuando priva el interés colectivo.
En Costa Rica se ha vuelto un asunto complicado el arte de gobernar. La ingobernabilidad es un fenómeno que abarca no solamente la incapacidad del Estado para atender las demandas sociales, también tiene que ver con un asunto estructural del sistema político que se debe afrontar con mucha seriedad para determinar si está o no respondiendo a los desafíos del siglo XXI. No se trata exclusivamente de un asunto de liderazgo o de músculo político.
Hacer posible la gobernabilidad efectiva en Costa Rica implica preocupación por la discusión y el análisis de los verdaderos problemas que aquejan a la sociedad, y no perder tiempo sobre los estilos de personalidad, aunque desde luego son importantes los líderes que no imponen su pensamiento, que abren los espacios del debate y la discusión, que tienen un lenguaje compatible con la serenidad y la transparencia, que son tolerantes y que no acarrean peligros para la democracia y para la dignidad humana.
Actualmente, los líderes políticos enfrentan numerosos y mayores desafíos producto de una sociedad más compleja y exigente. Paralelamente también tienen que lidiar con las diversas posiciones de los sectores sociales y particularmente de los representantes en el Parlamento, que en no muy pocas ocasiones entraban la labor del Ejecutivo cuando sienten que no se cumplen sus intereses.
Por ello, la gran virtud en el arte de gobernar es la prudencia y la firmeza, de modo que – y en el buen sentido del aporte de Maquiavelo – pueda el gobernante mantenerse en el poder (o el jerarca en su puesto) con absoluta conciencia de las circunstancias, entendiendo el contexto histórico social y conservando el dominio de las diferentes situaciones. Todo en el marco del Estado de Derecho.
La realidad nacional demuestra que la tarea de gobierno se vuelve frustrante porque es complicado construir un atractivo político aceptado por todos. Y es aquí donde se descarga la mayor parte de la crítica, sobre todo de la oposición dado que algunos sienten que el estilo de gobernar no está en relación directa con el cumplimiento de sus propias expectativas. Y cuando la crítica no sale de este esquema reducido lamentablemente se limita el análisis serio.
No es prudente cuestionar la importancia del liderazgo en el arte de gobernar, pero sí la actitud de aquellos que hacen alarde de sus cualidades “extraordinarias” para atraer sobre sí la atención de los demás, creando alrededor de su figura un aura de omnipotencia y de infalibilidad, y peor aún, presentándose como designados por Dios, por la historia o por la naturaleza para ocupar su lugar por encima del resto de los mortales, como únicos conocedores del camino a seguir.
Claro que los líderes son vitales para el buen gobierno y para el análisis objetivo sobre la efectividad del sistema político; pero los líderes que urge Costa Rica son aquellos que aspiran al bien común y al poder de las leyes, dispuestos siempre y en todo momento a coordinar y gerenciar las transformaciones que la sociedad demanda, sin autoritarismo y sin rendir culto a la personalidad.
Gobernar no es sencillo. En una dictadura la situación es menos compleja porque sencillamente el tirano da las órdenes y todos obedecen. Pero en una democracia efectiva los sectores de la sociedad tienen el derecho constitucional de participar en el proceso decisorio. Lo que significa una tarea ardua dado que buscar acuerdos respecto a un tema específico es complicado, aunque no imposible cuando priva el interés colectivo.
En Costa Rica se ha vuelto un asunto complicado el arte de gobernar. La ingobernabilidad es un fenómeno que abarca no solamente la incapacidad del Estado para atender las demandas sociales, también tiene que ver con un asunto estructural del sistema político que se debe afrontar con mucha seriedad para determinar si está o no respondiendo a los desafíos del siglo XXI. No se trata exclusivamente de un asunto de liderazgo o de músculo político.
Hacer posible la gobernabilidad efectiva en Costa Rica implica preocupación por la discusión y el análisis de los verdaderos problemas que aquejan a la sociedad, y no perder tiempo sobre los estilos de personalidad, aunque desde luego son importantes los líderes que no imponen su pensamiento, que abren los espacios del debate y la discusión, que tienen un lenguaje compatible con la serenidad y la transparencia, que son tolerantes y que no acarrean peligros para la democracia y para la dignidad humana.
Actualmente, los líderes políticos enfrentan numerosos y mayores desafíos producto de una sociedad más compleja y exigente. Paralelamente también tienen que lidiar con las diversas posiciones de los sectores sociales y particularmente de los representantes en el Parlamento, que en no muy pocas ocasiones entraban la labor del Ejecutivo cuando sienten que no se cumplen sus intereses.
Por ello, la gran virtud en el arte de gobernar es la prudencia y la firmeza, de modo que – y en el buen sentido del aporte de Maquiavelo – pueda el gobernante mantenerse en el poder (o el jerarca en su puesto) con absoluta conciencia de las circunstancias, entendiendo el contexto histórico social y conservando el dominio de las diferentes situaciones. Todo en el marco del Estado de Derecho.
La realidad nacional demuestra que la tarea de gobierno se vuelve frustrante porque es complicado construir un atractivo político aceptado por todos. Y es aquí donde se descarga la mayor parte de la crítica, sobre todo de la oposición dado que algunos sienten que el estilo de gobernar no está en relación directa con el cumplimiento de sus propias expectativas. Y cuando la crítica no sale de este esquema reducido lamentablemente se limita el análisis serio.
No es prudente cuestionar la importancia del liderazgo en el arte de gobernar, pero sí la actitud de aquellos que hacen alarde de sus cualidades “extraordinarias” para atraer sobre sí la atención de los demás, creando alrededor de su figura un aura de omnipotencia y de infalibilidad, y peor aún, presentándose como designados por Dios, por la historia o por la naturaleza para ocupar su lugar por encima del resto de los mortales, como únicos conocedores del camino a seguir.
Claro que los líderes son vitales para el buen gobierno y para el análisis objetivo sobre la efectividad del sistema político; pero los líderes que urge Costa Rica son aquellos que aspiran al bien común y al poder de las leyes, dispuestos siempre y en todo momento a coordinar y gerenciar las transformaciones que la sociedad demanda, sin autoritarismo y sin rendir culto a la personalidad.