Lunes, 03 Diciembre 2012 05:30

Algunos funcionarios públicos desconocen los derechos que le otorga la ley integral para la persona Adulto Mayor Ley 7935.

Faltaba poco para cumplir 8 años, pero faltaba aún menos para la noche de Navidad. Recuerdo que esa noche, la navidad de 1982, me acosté temprano, mi mamá me había advertido que debía ir a dormir temprano porque si Santa pasaba por la casa y yo seguía despierto no tendría mi regalo…

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En noviembre las cosas estaban claras, tomé una carta al niño que repartían en una tienda de telas y hogar en el centro de Heredia y salí corriendo a mi casa, me tiré al suelo, a los pies de mi abuelita que cosía en su máquina uno de los encargos navideños que ya habían llegado, un vestido de vuelos amarillos en raso y cancán. Siempre me parecieron horribles pero era lo que usaban las niñas en aquellos años. Tomé un lápiz y escribí claramente lo que quería, una vagoneta amarilla y toda la colección de los Superamigos, la puse en manos de mi madre que se llamaba Marta, como la esposa de Santa, eso no podía ser coincidencia, era un mensaje de que todo saldría bien…
Pero esa noche buena del 82 yo tenía un plan, yo quería ver a Santa, me acosté y traté de no dormirme, pasaron las horas y nada ocurría. Lo imaginé muchas veces mientras intentaba no dormir, sabía que ningún regalo llegaría antes de las 12 de la noche, porque a esa hora nace Jesús. Santa no podía saber que yo estaba despierto, así que practiqué por horas cómo abrir un solo ojo para verlo en la oscuridad sin que me atrapara…
Pasaron las doce de la noche y creo que en algún momento me dormí, sabía que ya era Navidad porque escuché a los más grandes de la familia deseándose felicidades, entonces escuché unos pasos sobre el viejo piso de madera y comprendí que era Santa Claus, era un hombre realmente grande, o así lo vi yo aquel día, tenía que ser Santa y lo era. No pude resistir tanta emoción y preferí cerrar mis ojos profundamente, lo más que pude hasta arrugarlos; siempre supe que no podía engañar a Santa y solo intentarlo me costaría mis juguetes, entonces le escuché su respiración y un sonido metálico contra el suelo, la vagoneta amarilla se dibujó de inmediato en mi mente y sentí una suave caricia en mi cabeza… mi corazón se salía de mi cuerpo, era demasiada felicidad…
Esperé unos minutos en los que podía escuchar mi propio corazón palpitar, sentía un temor agradable, me decidí, abrí los ojos y me incliné hacia un lado de la cama, ahí estaban la vagoneta y dos Superamigos, Batman y Robin, no eran todos, pero eran suficientes porque mi mayor regalo es que con el paso de los años sigo convencido que esa noche Santa estuvo al lado de mi cama y me tocó la cabeza, no lo he vuelto a ver, pero sé que siempre pasa a verme esa noche mientras duermo, porque me despierto con la sensación de su caricia en mi cabeza…