Poco a poco y con mucha dificultad va saliendo de un impresionante ataque del que fue objeto, con brutales pintas amarillas, el mural que se realizó en la pieza de cemento que protege las estructuras que el A y A tiene construidas en las inmediaciones de la Fuente de la Hispanidad.
El mural en cuestión, que pretendía acabar con la pésima costumbre de poner allí graffitis de la peor calaña y gusto, fue decorado con una expresión de arte juvenil que promueve la no violencia, el respeto y la tolerancia.
Cualquier ciudadano decente, necesariamente, debió mirar con agrado esta iniciativa de un grupo de costarricenses jóvenes. A los pocos días algún gamberro puso en él unas pintas rojas que, aunque chocantes y sinsentido, respetaron la mayoría de lo realizado por el grupo en el muro.
Reparado hasta donde se pudo, recientemente, unos baldazos de pintura amarilla mancharon el mural de arriba abajo, incluyendo las artísticas figuras realizadas mediante la técnica del mosaico.
“La no-violencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición”, escribió una vez Gandhi. Los sujetos que lanzaron la pintura en la Fuente de la Hispanidad, acertaron uno de sus ataques exactamente sobre la expresión “no-violencia”. Se nota que son algo más que simples violentos y que sus opciones son peligrosas aparte de socialmente patológicas.
Atacaron también las demás expresiones. Esto es, tolerancia y respeto. La útil página definición.org define la tolerancia indicando que se trata de “saber respetar a las demás personas en su entorno, es decir en su forma de pensar, de ver las cosas, de sentir y es también saber disentir en forma cordial en lo que uno no está de acuerdo”. Notemos la expresión que aparece en esta definición. Se habla de disentir “en forma cordial”. Disentir es separarse de la común doctrina, creencia o conducta. En una democracia ello es muy normal, pero se ha de agregar el otro componente, esto es, el respeto y mejor aún, el respeto con cordialidad.
El respeto, como valor que faculta al ser humano para el reconocimiento, aprecio y valoración de las cualidades de los demás y sus derechos, implica el reconocimiento del valor inherente y los derechos de los individuos y de la sociedad. Es una virtud cívica mínima que permite mantener una sana convivencia con las demás personas.
Violentos, nada tolerantes y menos aún respetuosos se mostraron los autores del estropicio que aquí comentamos. De feria tuvieron el cinismo de poner una pancarta que decía “en casa de herrero, cuchillo de palo” y agregaron un símbolo que ellos mismos acabaron mancillando de modo nefasto con su delincuente conducta: la pobre paloma de la paz.