Si observamos a nuestro alrededor, vemos como las personas que obtienen el mayor éxito en el ámbito educativo, laboral, y hasta familiar, no siempre son las que tienen más capacidades, y ni siquiera las que tienen más méritos y eficacia real.
Todo esto es un parámetros importante, mas no suficiente; el verdadero éxito requiere una habilidad más, la habilidad de saber tratar de forma conveniente a las personas, la capacidad de percatarse de los propios sentimientos, así como de los sentimientos de los demás, para poder expresarlos de forma adecuada, y gestionarlos de forma beneficiosa; es decir, poner en práctica nuestra Inteligencia Emocional.
Esto es básico en una sociedad en donde, constantemente, vemos cómo las personas pierden los estribos por cualquier circunstancia, y en donde, irónicamente, el individualismo se convierte en parte del accionar social.
Vivir en un entorno en donde se ha dejado de ver a las personas como humanos es; sencillamente, abocarnos a un proceso de deshumanización.
De ahí la urgencia de que en estos tiempos aprendamos y cultivemos una inteligencia basada en la capacidad de regular las emociones para fomentar un adecuado crecimiento emocional e intelectual, pues ¿de qué le serviría a una persona ser muy inteligente, si ante la furia o la desesperación se muestra impulsivo, torpe o irracional?...
Lógicamente, si deseamos mejorar nuestra inteligencia emocional debemos empezar por ver como somos, ya que, sin duda, todos hacemos acciones que no son tan convenientes para nuestro crecimiento personal y social.
Sin embargo, una persona que fomenta su inteligencia emocional y su pensamiento crítico, quien toma conciencia de su persona para progresar en la vida, es quien intenta pensar racional y concientemente para solucionar los conflictos en sus relaciones.
El mundo, y en particular Costa Rica, requiere más personas cuyos componentes sean las habilidades de la motivación, socialización y empatía, pues una fluida relación con los demás, y con uno mismo, poseer una gran sensibilidad humana, redundará en el crecimiento productivo en las parcelas personal, familiar, educativo o laboral.
Por ejemplo, un padre que desarrolle la inteligencia emocional podría percibir de mejor manera las necesidades de sus hijos y establecer un lazo comunicativo más constructivo para ambos; un buen gerente o jefe podría conocerse y tener dominio sobre sí mismo para poder resolver los conflictos que se presenten con serenidad y objetividad; y un educador podría construir, de la manera más idónea, un aprendizaje colaborativo entre él y sus educandos.
Claro está que desarrollar la Inteligencia Emocional, no depende de la herencia, se aprende y se desarrolla a lo largo de la vida, pero recordemos que nunca es tarde para aprender a manejar nuestras emociones constructivamente, para valorar al otro como alguien importante, para aprender a escuchar y vencer el egoísmo y la intolerancia.
El gran reto es lograr la armonía entre la emoción y la razón: la unión entre la mente, el cuerpo y las emociones; eso no es imposible, sólo basta querer y comprometerse a hacerlo…