Los cristianos conmemoramos hoy la Pasión y Muerte de nuestro Señor, y culminamos el ayuno pascual como signo exterior de nuestra simbólica participación en su sacrificio por nosotros. Jesús Hombre, Hijo y Siervo de Dios se revela como el Cristo anunciado por los profetas, en el cordero que se sacrifica por nuestra salvación.
La Cruz, instrumento de verdugos, se convierte por su sacrificio en símbolo de esperanza humana iluminada por la luz de su resurrección. El Viernes Santo no es día de llanto ni de luto. Para los cristianos, recordar la Pasión y Muerte de Jesús es un acto de amorosa contemplación del máximo sacrificio redentor del que brotó la salvación.
Fue víctima de la ingratitud de sus hermanos y vecinos; de la cobardía de la autoridad; de la dureza de corazón y del rechazo injustificado. Sufrió el escarnio de autoridades religiosas y políticas; padeció el trato brutal, y del abandono de casi todos los suyos. Eran las tres de la tarde en el Calvario, después de haber sido tratado de manera despiadada y violenta, expiró Nuestro Señor Jesucristo, no sin antes extender su perdón a todos y de encomendar su espíritu al Padre.
¿Cuánto se debe amar para sufrir en silencio y perdonar? ¿Cuánto se debe amar para renunciar a toda defensa propia por el bien de otro?
Jesús, hombre crucificado venció el temor, la duda, la angustia y la desesperanza; superó sus deseos, y sacrificó bienes, cuerpo y sangre haciendo con ellos y por otros, ofrenda que libera y reconcilia, porque nos enseñó que también nosotros, en nuestra imperfección, y arrastrando las debilidad propias de cualquier ser humano podemos, a través del amor, merecer ser llamados hijos de Dios.
Antes de morir Jesús le dijo a María, su madre, señalando a su discípulo Juan: "Mujer ahí tienes a tu hijo"; y dirigiéndose a Juan le indicó "ahí tienes a tu madre". Con aquellas pocas palabras mostró Jesús a Juan, y a través de él a todos los hombres y mujeres como hermanos, y a la Virgen María como madre común de todos, para que nos ayude a descubrir el infinito amor que Dios nos tiene, y nos acerque en forma solidaria a los más necesitados, a través de quienes podremos encontrar un verdadero sentido a nuestra existencia.
Que el recuerdo de la muerte de Jesús en la Cruz, grabe en nuestro ánimo y voluntad, el más profundo rechazo a la mentira, a la injusticia, y a la violencia. Usemos el poder, la autoridad y las fuerzas que Dios nos da para construir y no para destruir; para sanar y no para enfermar; para hacer justicia y no para desproteger. Ese es el espíritu que necesitamos para dar forma a nuestra convivencia y apartarnos de los odios, envidias y codicias, que pueden llegar a ser capaces de destruir al hombre y las sociedades.