Martes, 09 Septiembre 2008 18:00

UN MEDICO CON MAYÚSCULA

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Hace unos días nos dejó físicamente el doctor Roberto Ortíz Brenes, un hombre de dimensiones descomunales, de esos que nacen una vez perdida, no aquí en Costa Rica, en cualquier confín de la tierra.

 Hombre de carácter fuerte, de corazón blando y de mente clara, un humanista en la extensión de la palabra, su obra no sólo se plasmó en los quirófanos del Hospital Nacional de Niños del que fue artífice, sus cabezonadas se reflejan en el Parque Nacional de Diversiones, obra eminentemente suya, en el desarrollo ganadero del país y en sus luchas quijotescas contra el drama que se vive en las carreteras y dejaba en sus manos decenas de pequeños mutilados.

 Fue miembro de la Junta Directiva de la Caja  y desde ahí veló, entre otras cosas, por la formación de la nueva generación de médicos, a quienes como maestro les exigía llegar impecablemente vestidos a las clases, porque en su decir, a una profesión se le respeta desde el lenguaje que se usa, hasta el atuendo que se viste.

 Fue el doctor Roberto Ortíz Brenes quien gestó entre múltiples acuerdos, convenios con prestigiosos centros de Japón, cuya cultura admiraba, además de otro que suscribió el Seguro Social con el Baylor Collage, donde dictaba cátedra el doctor Michael Debakey, quien acaba de morir y se le reconoció como el gigante de la cirugía de corazón en el mundo.

 El doctor Ortíz Brenes, siempre fue un amigo de la excelencia y con su verbo fuerte no dudaba en llamar al orden en cualquier ámbito que estuviera, más que temido, fue respetado, su autoridad no admitía dudas, al decir de los abuelos “no tenía pelos en la lengua” era franco y directo, valiente y visionario, sabio entre los sabios.

 El auditorio del Hospital Nacional de Niños honra su memoria, el Parque Nacional de Diversiones, será el monumento pleno de risas,  plegarias infantiles para un Dios bueno, que si dudas lo acogió en su seno.

 Roberto Ortiz Brenes, el hombre descomunal dejó la vida terrena, en tanto su legado sigue vivo, esa es la inmortalidad que aguarda a los seres superiores.