A cada instante de nuestras vidas en este mundo complejo, nos suceden cosas realmente impresionantes que de momento no sabe uno como actuar, si con tolerancia o sin ella, porque advierto que la paciencia tiene un límite establecido. En mi caso particular, con las cosas que me sucedieron recientemente, me vienen a la memoria algunas de las famosas frases del clásico tango “Cambalache”, escrito en el año 1934 por Enrique Santos Discépolo. Especialmente, cuando refería que en el siglo XX vivimos todos “revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseaos”. Y aunque el siglo XX ya pasó, pareciera que en el XXI la cosa sigue exactamente igual, con los comportamientos de corrupción, indolencia, prepotencia, desfachatez, descaro e indiferencia. Ah, pero no solo de los políticos, también de otros miembros de la sociedad, que no se escapan del manoseo, y a quienes tampoco les importa, como dice el tango “si naciste honrao”.
Les cuento que el otro día fui al supermercado de una prestigiosa cadena, donde se supone que los consumidores somos importantes, y decidí comprar un pan cuyo precio era cuatro veces menor de lo que me cobraron en la caja. Supongo que notaron ustedes la “pequeña” diferencia. Lo cierto es que mi reclamo no fue atendido por el joven cajero y casi tuve que llamar al dueño de la compañía para que lo convenciera de levantarse de su silla y fuese a verificar el precio correcto. Y qué creen? Nunca se levantó. Sin duda, le hacía falta un cursito de servicio al cliente, y comprender que por los consumidores se le paga el salario. Y saben a qué hora sucedió esto, a las 7:15 de la mañana. Realmente no le veo mucho futuro a este caballero, que por ninguna parte entendió su responsabilidad social.
En otra ocasión, pudiendo el taxista virar a la izquierda para enrumbarse a mi dirección de destino, tomó un “pequeño” atajo que alargó mi trayecto en aproximadamente ocho cuadras más. Además de este relajo, el representante de la “fuerza roja” dio grandes muestras de “cordialidad” con los demás conductores a quienes les cedió el paso cada vez que pudo, mientras la “maría” seguía su curso. Claro, él feliz y yo indignado, sabiendo que su falsa gentileza era a costa de mi bolsillo. Y como se fuera poco, cuando le reclamé, cínicamente se enojó advirtiéndome y podía bajarme del carro. Que poca seriedad, y como lo vuelve a decir el tango “Que falta de respeto, que atropello a la razón”.
Y para terminar, dos situaciones más de las que todavía no salgo de asombro. Un estudiante universitario que recibe durante todo el curso mis lecciones de ética profesional y que reflexionó todo el tiempo sobre la importancia de los principios morales, termina el curso presentando como suyo un texto tomado integralmente del internet. Dios mío, me pregunto a cada momento qué parte de la ética no entendió. Qué pasó con su propio esfuerzo, por qué hacer suyo lo que es de otros. Y entonces recuerdo de nuevo el tango cuando dice que “es lo mismo el que trabaja noche y día como un buey, que el que vive de los demás”. Ahora sí termino, y con broche de oro. Escuchen esto por favor, es el caso de una estudiante que por el hecho de estar pagando la universidad pensó que tenía – y presumo que todavía lo piensa – el derecho para cambiar a su antojo el programa de un curso y hasta la metodología del profesor, como condición para seguir en el curso. Válgame Dios, que arrogancia, ya solo faltaría que en este país cayéramos ante los caprichos desbordados de los “igualados”. Al buen entendedor, pocas palabras.