Lunes, 26 Mayo 2008 18:00

Poor Richard Dijo

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Poor Richard dijo: el tiempo perdido no se vuelve a encontrar; además dijo: si amas la vida, no desperdicies el tiempo, porque de tiempo está hecha la vida.

Poor Richard era el personaje ficticio que escribía en los antiguos almanaques producidos por el polifacético padre de la nación norteamericana, el empresario, filósofo, político, científico, periodista y editor Benjamín Franklin, allá por el año 1758 y al que inmortalizó en su famosa obra El camino a la riqueza, en la que atribuye su éxito como empresario a cuatro factores claves: laboriosidad o trabajo, cautela o cuidado, frugalidad o ahorro y conocimiento. Es evidente, tanto en su obra escrita como en su propia línea vital que, para el Sr. Franklin, el tiempo era algo tan preciado que quien  lo desperdiciaba o confabulaba para hacer perder el tiempo a otros, se merecía una vida en la miseria.

Benjamín Franklin nunca desperdició su tiempo y nunca desperdició el tiempo de los demás: en tus momentos de ocio, escribe algo que valga la pena leer o haz algo de lo que valga la pena escribir, dijo siempre Poor Richard. Esto no quiere decir que era un hombre impaciente; al contrario, dijo Poor Richard: como no estás seguro de un minuto no desperdicies toda la hora, pero tienes que saber que los pequeños cortes son los que derriban el higuerón.
 
Si aceptamos la filosofía de este increíble ser humano, ¿cómo es que los costarricenses nos conformamos con una sociedad y un estado que, además de sus impuestos empobrecedores, nos castiga continuamente con el peor de los impuestos, el impuesto al tiempo? Como bien lo menciona un reportaje del periódico La Prensa Libre: “La lentitud y los engorrosos trámites ubican a Costa Rica en los niveles más bajos en materia de competitividad, aspecto que va en contra de los interesados en invertir en el país, porque como bien dice el refrán: el tiempo es oro”. Y podríamos añadir que este fenómeno también atenta contra cualquier principio ético y moral, porque se debe ubicar al ser humano por encima de todo sistema o trámite tedioso que lo tienda a reducir a un nivel intelectual inferior.


Para Benjamín Franklin, la carga tributaria sobre el pueblo nunca es tan dañina como la carga de la lentitud y de la vagancia. Y Poor Richard concluye: somos gravados el doble por nuestra inacción, tres veces más por nuestro orgullo, y cuatro veces más por nuestra insensatez.