El tránsito es un tema cada vez más amplio en sus consecuencias. Ya no es solo un asunto económico como lo fue siempre, aunque agravado hoy por los crecientes precios de los combustibles, sino también un asunto laboral, ambiental, de salud física, de salud emocional, de violencia, de criminalidad, en fin, casi no hay dimensión de la vida social que no esté hoy afectada por el tránsito o sus asuntos conexos.
Y en esa múltiple dimensión debe ser entendido y tratado por todos quienes nos vemos involucrados en él, es decir, casi toda la población, pero sobre todo por los llamados a atenderlo como un problema cotidiano de creciente permanencia.
Entre esos llamados a atender esta problemática estamos, de primeros, los conductores: ¡Cuánto podríamos colaborar en solucionar o al menos en atenuar el impacto del tránsito si tuviésemos otra actitud cuando estamos al volante! Imaginémonos en una pista, la General Cañas por ejemplo; conduzco un camión de carga, veo el aviso de que los vehículos de carga deben transitar por el carril de la derecha, pero hago caso omiso y tomo el carril de tránsito rápido y ahí me quedo; impido así que otros carros avancen y provoco innecesariamente una presa que traerá pérdida de tiempo, desperdicio de horas trabajo, estrés, violencia y un gasto de combustible de más que finalmente todos tendremos que pagar.
Pero esto no es nada para imaginar, es algo que se repite miles de veces todos los días, no solo con choferes de camiones, también con conductores de carros pequeños que van muy despacio y se olvidan que el carril de la izquierda es de tránsito rápido. Pensemos cuánto nos cuesta esa falta de conciencia acerca de algo tan sencillo de atender. Entendamos que si unos vehículos avanzan rápido por la izquierda no se sumarán en los otros carriles y todos ganaremos.
Y es que el asunto va más allá. Un día de estos, en la misma pista General Cañas fui testigo del valioso tiempo que perdió una ambulancia tratando de abrirse campo en ese carril que se supone es solo para tránsito rápido y sobre todo para adelantar. Le costó un mundo avanzar entre camiones, buses y toda clase de vehículos circulando por donde no debían. Eso pudo marcar la diferencia entre la muerte o la sobrevivencia de un paciente.
Pensemos entonces en los altos y variados costos de esa falta de conciencia y acción acerca de normas de manejo tan sencillas de atender. Entendamos que si unos vehículos avanzan rápido por la izquierda no se sumarán en los otros carriles y todos ganaremos.
Y del otro lado están las autoridades. Nunca he visto a un inspector de tránsito atendiendo esta problemática en las autopistas, como nunca he visto a ninguno velando porque se cumpla con las señales de ceda subiendo la cuesta de Cambronero o a lo largo de la carretera Bernardo Soto.
¿Y la educación vial? ¿Qué tal una campaña informando a los conductores de estas obligaciones? Muchos no la atenderían, pero algunos sí; y si a la par de una campaña de motivación que nos enseñe la conveniencia de acatar esas normas de tránsito, se monta todo un operativo en las carreteras para hacerlas cumplir, seguramente en unos meses o en un par de años estaríamos disfrutando los buenos resultados, como disfrutamos ya los de otras medidas puestas en práctica. Pero si no se hace nada, como hasta ahora, no habrá buenos resultados sino un empeoramiento de la situación, y todos lo pagaremos.